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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

Cayó en la cuenta, <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong> que se había olvidado <strong>de</strong>l vigilante.<br />

Rápidamente metió las botellas en el bolso, se lo colgó al hombro y se dirigió hacia la<br />

puerta.<br />

—Lo siento —dijo—. Me he <strong>de</strong>spistado. —Esperaba aparentar sinceridad.<br />

El vigilante frunció el entrecejo y, <strong>de</strong>jando la revista, hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> levantarse.<br />

—¿Hacia dón<strong>de</strong> ha ido el agente Pen<strong>de</strong>rgast? —preguntó con tono apremiante—. Ha<br />

dicho algo <strong>de</strong> una sección C.<br />

Mencionar el nombre <strong>de</strong> Pen<strong>de</strong>rgast surtió el efecto <strong>de</strong>seado. El vigilante permaneció<br />

sentado en su silla.<br />

—Vaya a los ascensores <strong>de</strong>l área cuatro, suba a la segunda planta y tuerza a la<br />

izquierda —indicó.<br />

Margo le dio las gracias y corrió por el pasillo hacia los ascensores. Cuando las<br />

puertas se cerraban, consultó su reloj y lanzó una maldición. No había tiempo. Pulsó con<br />

rabia el botón <strong>de</strong>l vestíbulo. Cuando se abrieron las puertas, se dispuso a echar a correr;<br />

pero, reparando en el gran número <strong>de</strong> vigilantes, se conformó con cruzar el vestíbulo a<br />

paso ligero y, tras <strong>de</strong>volver el pase <strong>de</strong> visitante, salió a la húmeda noche <strong>de</strong> Manhattan.<br />

Una vez fuera, corrió hasta el bordillo <strong>de</strong> la acera y paró un taxi.<br />

—Esquina <strong>de</strong> Lexington Avenue con la calle Cincuenta y nueve —dijo, saltando<br />

a<strong>de</strong>ntro y cerrando la puerta con fuerza.<br />

—De acuerdo, pero va a ser un viaje lento —advirtió el taxista—. Cerca <strong>de</strong>l parque<br />

hay una manifestación o disturbios o algo así. El tráfico es más <strong>de</strong>nso que los pelos <strong>de</strong>l<br />

culo <strong>de</strong> un perro.<br />

—Entonces busque el camino más rápido —respondió Margo, echando un billete <strong>de</strong><br />

veinte dólares al asiento <strong>de</strong>lantero.<br />

El conductor se dirigió hacia el este y dobló hacia el norte por la Primera Avenida,<br />

esquivando los otros vehículos a toda velocidad. Consiguieron llegar a la calle Cuarenta y<br />

siete sin <strong>de</strong>tenerse. Delante, Margo vio la calzada convertida en un auténtico aparcamiento<br />

<strong>de</strong> coches y camiones, con los motores al ralentí y las bocinas sonando, seis filas paralelas<br />

<strong>de</strong> luces <strong>de</strong> frenos que se extendían ininterrumpidamente hasta don<strong>de</strong> la vista alcanzaba.<br />

Sin pensárselo dos veces, cogió el bolso, saltó a la calle y se echó a correr entre los<br />

peatones.<br />

Siete minutos más tar<strong>de</strong> se hallaba en la boca <strong>de</strong> metro <strong>de</strong> Bloomingdale. Bajó los<br />

escalones <strong>de</strong> dos en dos, sorteando como podía a los noctámbulos. Le dolía el hombro por<br />

el peso <strong>de</strong>l bolso. Por encima <strong>de</strong>l ruido <strong>de</strong> los motores y los furiosos bocinazos, creyó oír a<br />

lo lejos un clamor ahogado y extraño, como si diez mil personas gritasen al unísono.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués, ya bajo tierra, <strong>de</strong>saparecieron todos los sonidos salvo los chirridos <strong>de</strong><br />

los trenes. Margo sacó un pase <strong>de</strong> un bolsillo, cruzó el molinete y corrió escalera abajo<br />

hacia el andén. Una pequeña multitud, apiñada junto a la escalera iluminada, esperaba el<br />

tren.<br />

—¿Has visto a esos tipos? —preguntaba una muchacha con una camiseta <strong>de</strong><br />

Columbia—. ¿Qué llevaría en la espalda?<br />

—Probablemente raticida —respondió su compañera—. Aquí abajo se crían unas<br />

ratas enormes, ¿sabías? La otra noche, en la estación <strong>de</strong> la calle 4 Oeste, vi una que <strong>de</strong>bía<br />

<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong>…<br />

—¿Por dón<strong>de</strong> se han ido? —la interrumpió Margo con ¿voz entrecortada.<br />

—Han saltado a la vía y han seguido en dirección norte…<br />

Margo corrió hacia el extremo norte <strong>de</strong>l andén. Delante vio per<strong>de</strong>rse en la oscuridad<br />

las vías <strong>de</strong>l metro. Pequeños charcos <strong>de</strong> agua estancada brillaban entre los raíles con un<br />

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