Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
cabo <strong>de</strong> un momento, Pen<strong>de</strong>rgast se asomó a la puerta y les indicó que lo siguiesen.<br />
Cuando entró en el espacio cerrado, Margo se dio cuenta <strong>de</strong> que el sonido que<br />
retumbaba bajo sus pies era un redoble <strong>de</strong> tambores, mezclado con un canto grave y<br />
bisbiseante.<br />
D'Agosta tropezó con Margo al entrar en el compartimiento, y ella saltó a<strong>de</strong>lante con<br />
una brusca inhalación <strong>de</strong> aire. En una <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s vio viejos instrumentos y palancas <strong>de</strong><br />
bronce, con polvo y verdín incrustados en los cuadrantes rotos. En un rincón había un<br />
enorme cabrestante y varios generadores oxidados.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast se dirigió rápidamente al centro <strong>de</strong> la cámara y se arrodilló junto a una<br />
gran trampilla <strong>de</strong> metal.<br />
—Esto es la sala central <strong>de</strong> conmutación <strong>de</strong> los túneles Astor. Si no me equivoco, nos<br />
encontramos justo encima <strong>de</strong>l Pabellón <strong>de</strong> Cristal, en su día la sala <strong>de</strong> espera privada <strong>de</strong>l<br />
hotel Knickerbocker. Des<strong>de</strong> aquí <strong>de</strong>bería verse el pabellón.<br />
Aguardó hasta que el grupo quedó en absoluto silencio. Entonces <strong>de</strong>scorrió los<br />
corroídos fiadores <strong>de</strong> la trampilla y la <strong>de</strong>slizó a un lado con sumo cuidado. Margo vio salir<br />
un parpa<strong>de</strong>ante resplandor y percibió con mayor claridad el olor a cabra, aquel conocido<br />
tufo que impregnaba sus pesadillas. El sonido <strong>de</strong> los tambores y el ahogado canto<br />
aumentaron <strong>de</strong> volumen. Pen<strong>de</strong>rgast se asomó, y el tenue resplandor <strong>de</strong>l Pabellón <strong>de</strong><br />
Cristal se reflejó trémulamente en su cara. Observó por un largo momento y luego<br />
retrocedió <strong>de</strong>spacio.<br />
—Vincent —dijo—, quizá <strong>de</strong>bería echar un vistazo.<br />
D'Agosta se acercó, se levantó las gafas y se inclinó sobre el agujero. En la débil luz,<br />
Margo vio brillar gotas <strong>de</strong> sudor en su frente, y advirtió que echaba mano<br />
inconscientemente a la culata <strong>de</strong> su arma. Se apartó <strong>de</strong>l agujero en silencio.<br />
Margo notó entonces que Smithback se a<strong>de</strong>lantaba. Miró casi sin pestañear,<br />
respirando ruidosamente por la nariz.<br />
—¡Vaya, el plumífero se excita! —susurró Mephisto con tono sarcástico.<br />
Pero, por lo que Margo veía, Smithback no parecía disfrutar <strong>de</strong> la visión. Empezaron<br />
a temblarle las manos, primero ligeramente, luego <strong>de</strong> manera casi incontrolable. Con una<br />
expresión <strong>de</strong> horror fija en el rostro, permitió que D'Agosta lo alejase <strong>de</strong> la trampilla.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast hizo una seña a Margo.<br />
—Doctora Green, me gustaría conocer su opinión.<br />
Margo se arrodilló junto al agujero, se levantó las gafas y se asomó al cavernoso<br />
espacio. Por unos segundos, su mente fue incapaz <strong>de</strong> abarcar la imagen que se extendía<br />
bajo ella. Se encontró mirando el centro <strong>de</strong>l vasto espacio a través <strong>de</strong> los <strong>de</strong>strozados<br />
restos <strong>de</strong> una araña <strong>de</strong> cristal. Distinguió las ruinas <strong>de</strong> lo que en otro tiempo había sido<br />
una sala <strong>de</strong> gran elegancia: columnas dóricas, murales gigantescos y cortinas <strong>de</strong> terciopelo<br />
en marcado contraste con el barro y la inmundicia que cubría las pare<strong>de</strong>s. Justo <strong>de</strong>bajo,<br />
entre los brazos resquebrajados <strong>de</strong> la araña y los fragmentos <strong>de</strong> cristal, vio la cabaña <strong>de</strong><br />
cráneos que había <strong>de</strong>scrito Pen<strong>de</strong>rgast. Al menos un centenar <strong>de</strong> figuras encapuchadas<br />
dispuestas en irregulares filas se balanceaba frente a la cabaña, golpeando el suelo con los<br />
pies y entonando aquel canto apagado e ininteligible. A lo lejos, seguía el monótono<br />
tamborileo. Entretanto afluían sin cesar otras figuras, que ocupaban sus puestos y se unían<br />
al canto. Margo contempló la escena atentamente, parpa<strong>de</strong>ó y volvió a mirar con una<br />
mezcla <strong>de</strong> horror y fascinación. No cabía la menor duda: eran los rugosos.<br />
—Parece un ritual —murmuró Margo.<br />
—Así es —respondió Pen<strong>de</strong>rgast junto a ella—. Obviamente ésta es la otra razón por<br />
la que nunca se producían asesinatos en noches <strong>de</strong> luna llena. El ritual sigue realizándose.<br />
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