Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
Ya abajo, tiró <strong>de</strong> la pesada puerta insonorizada, y <strong>de</strong> pronto las apagadas<br />
<strong>de</strong>tonaciones se convirtieron en ensor<strong>de</strong>cedores estampidos. Con el rostro contraído a<br />
causa <strong>de</strong>l estruendo, se dirigió al mostrador. El agente la reconoció y, al ver que abría el<br />
bolso, le indicó con un gesto que no era necesario que mostrase su carta <strong>de</strong> presentación y<br />
su permiso especial.<br />
—Vaya a la número diecisiete —dijo, haciéndose oír por encima <strong>de</strong>l ruido y<br />
entregándole una docena <strong>de</strong> blancos y un gastado protector acústico.<br />
Margo anotó su nombre y la hora <strong>de</strong> entrada en el registro y se dirigió hacia la cabina<br />
asignada, poniéndose a la vez el protector acústico. De inmediato el estruendo volvió a ser<br />
tolerable. A su izquierda, se hallaban las cabinas sin techo <strong>de</strong> la galería, casi todas<br />
ocupadas por agentes <strong>de</strong> policía que cargaban sus armas, colgaban los blancos,<br />
comprobaban el resultado <strong>de</strong> sus disparos. A media tar<strong>de</strong> aquello estaba siempre muy<br />
concurrido. Y entre la docena <strong>de</strong> galerías <strong>de</strong> tiro <strong>de</strong> veinticinco metros repartidas por las<br />
comisarías <strong>de</strong> Nueva York, la <strong>de</strong>l distrito veintisiete presumía <strong>de</strong> ser la mayor y mejor<br />
equipada.<br />
Cuando llegó a la cabina diecisiete, sacó <strong>de</strong>l bolso la pistola, una caja <strong>de</strong> munición<br />
FMJ 120 gr y varios cargadores <strong>de</strong> repuesto. Tras colocar la munición en un estante lateral,<br />
revisó la pequeña semiautomática. Los movimientos eran ya tan habituales como extraños<br />
habían sido un año atrás, cuando acababa <strong>de</strong> comprar el arma. Satisfecha, insertó el primer<br />
cargador, colgó un blanco corriente en la guía y lo alejó diez metros.<br />
A continuación adoptó rápidamente la posición Weaver, como le habían enseñado: el<br />
índice <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha en el gatillo, la mano izquierda sujetando con firmeza la mano<br />
<strong>de</strong>recha. Alineando la mira y el blanco, apretó el gatillo y <strong>de</strong>jó que los codos flexionados<br />
absorbiesen el retroceso. Miró el blanco por un momento con los ojos entornados y luego<br />
disparó sin interrupción hasta vaciar el resto <strong>de</strong>l cargador <strong>de</strong> diez balas.<br />
Siguiendo la rutina <strong>de</strong> tiro acostumbrada —cargar, situar el blanco, disparar—, vació<br />
casi mecánicamente varios cargadores. Consumida ya media caja <strong>de</strong> munición, pasó a los<br />
blancos <strong>de</strong> silueta. Al acabarse el último cargador, se volvió para limpiar el arma y,<br />
sorprendida, vio a sus espaldas al teniente D'Agosta, que la observaba <strong>de</strong> brazos cruzados.<br />
—Hola —saludó Margo a voz en grito, quitándose el protector acústico.<br />
D'Agosta señaló el blanco con el mentón.<br />
—Veamos cómo ha ido —dijo. Cuando ella acercó la silueta, comentó con tono <strong>de</strong><br />
halago—: Una bonita insignia en la solapa.<br />
Margo se echó a reír.<br />
—Gracias —dijo—. En realidad, tengo que agra<strong>de</strong>cérselo a usted, y no sólo esto sino<br />
también el permiso.<br />
Guardó los cargadores vacíos en el bolso, pensando lo extraña que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> parecerle<br />
su actitud a D'Agosta cuando, tres meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> resolverse los asesinatos <strong>de</strong>l museo,<br />
ella irrumpió en su <strong>de</strong>spacho y le pidió que le consiguiese un permiso <strong>de</strong> armas. Para<br />
protegerse, pretextó. ¿Cómo habría podido explicarle que vivía atormentada por un<br />
persistente miedo, por angustiosas pesadillas, por una profunda sensación <strong>de</strong><br />
vulnerabilidad?<br />
—Me contó Brad que era usted una buena alumna —dijo D'Agosta—. Supuse que se<br />
llevarían bien; por eso se lo recomendé. En cuanto al permiso, no <strong>de</strong>be agra<strong>de</strong>cérmelo a<br />
mí. Pen<strong>de</strong>rgast se ocupó personalmente <strong>de</strong>l asunto. Por cierto, déjeme ver qué clase <strong>de</strong><br />
arma le aconsejó Brad.<br />
Margo le entregó la pistola.<br />
—Es una Glock pequeña. Mo<strong>de</strong>lo 26, con un «gatillo Nueva York», modificado en<br />
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