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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

asaltó tal sensación <strong>de</strong> cansancio que volvió a abrirlos <strong>de</strong> inmediato. Sólo había dormido<br />

dos horas, y estaba exhausto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar buena parte <strong>de</strong> la noche subiendo y<br />

bajando por las escaleras <strong>de</strong>l Castillo <strong>de</strong> Belve<strong>de</strong>re tras el asesinato <strong>de</strong> Bitterman.<br />

Se puso en pie y se acercó a la ventana. Abajo, en medio <strong>de</strong>l gris y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado<br />

paisaje urbano, veía un pequeño recuadro negro, el patio <strong>de</strong> la escuela primaria 362. Las<br />

pequeñas formas <strong>de</strong> los niños corrían <strong>de</strong> un lado a otro, jugando a tocar y parar y al tejo,<br />

sin duda chillando <strong>de</strong> principio a fin <strong>de</strong>l recreo. «Dios mío —pensó D'Agosta—, lo que yo<br />

daría ahora por ser uno <strong>de</strong> ellos.»<br />

Cuando volvió al escritorio, advirtió que el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l diario había tumbado el marco<br />

con la fotografía <strong>de</strong> su hijo <strong>de</strong> diez años. Lo en<strong>de</strong>rezó con especial esmero, sonriendo<br />

involuntariamente a la cara que le sonreía a él. Después, un poco más animado, se metió la<br />

mano en el bolsillo <strong>de</strong> la chaqueta y sacó un cigarro. A la mierda con Horlocker. Lo que<br />

tuviese que pasar, pasaría.<br />

Encendió el cigarro, lanzó la cerilla a un cenicero y se aproximó a un amplio plano <strong>de</strong><br />

la zona oeste <strong>de</strong> Manhattan sujeto con tachuelas a un tablón <strong>de</strong> anuncios. La parte<br />

correspondiente al distrito estaba salpicada <strong>de</strong> alfileres con cabezas blancas y rojas. Un<br />

rótulo pegado con celo en una esquina aclaraba que los alfileres blancos representaban las<br />

<strong>de</strong>sapariciones en los últimos seis meses, y los rojos, las muertes cuyas circunstancias<br />

coincidían con el supuesto modus operandi. D'Agosta cogió un alfiler rojo <strong>de</strong> una ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

plástico, localizó el Reservoir <strong>de</strong>l Central Park en el plano y clavó cuidadosamente el<br />

alfiler un poco más al sur. Luego retrocedió y, observando el plano con atención, intentó<br />

discernir una pauta en el aparente <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n.<br />

Los alfileres blancos superaban en número a los rojos en una proporción <strong>de</strong> diez a<br />

uno. Naturalmente, muchos <strong>de</strong> aquellos no volverían a dar señales <strong>de</strong> vida. En Nueva<br />

York la gente <strong>de</strong>saparecía por muy diversas razones. Aun así, era una cantidad<br />

excepcionalmente alta, poco más o menos el triple que en un semestre normal. Y al parecer<br />

muchos habían sido vistos por última vez en las inmediaciones <strong>de</strong>l Central Park. Siguió<br />

mirando el plano. Por alguna razón, la disposición <strong>de</strong> los puntos no parecía aleatoria. Su<br />

cerebro le <strong>de</strong>cía que existía una pauta, pero era incapaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirla.<br />

—¿Soñando <strong>de</strong>spierto, teniente? —preguntó una voz grave y familiar.<br />

D'Agosta se sobresaltó y giró en redondo. Era Hayward, colaborando ya oficialmente<br />

en el caso junto con Waxie.<br />

—¿No sabe llamar a la puerta? —reprochó D'Agosta.<br />

—Sí, sé llamar. Pero ha dicho usted que quería esto cuanto antes.<br />

Hayward sostenía en su <strong>de</strong>lgada mano un grueso fajo <strong>de</strong> listados <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nador.<br />

D'Agosta aceptó los papeles y comenzó a hojearlos: más asesinatos <strong>de</strong> gente sin hogar<br />

ocurridos en los últimos seis meses, y la mayoría <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la jurisdicción <strong>de</strong> Waxie, en la<br />

zona <strong>de</strong>l Central Park/West Si<strong>de</strong>. Como cabía esperar, ninguno había sido investigado.<br />

—¡Dios santo! —exclamó D'Agosta, moviendo la cabeza en un gesto <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sesperación—. En fin, vale más que los marquemos en el plano.<br />

Comenzó a leer en voz alta los emplazamientos, y Hayward los señalaba en el plano<br />

con alfileres rojos. Se interrumpió por un momento para contemplar la piel clara y la mata<br />

<strong>de</strong> pelo oscuro <strong>de</strong> la sargento. Aunque, por supuesto, no lo había admitido ante ella,<br />

D'Agosta se alegraba <strong>de</strong> contar con su ayuda. Su inalterable aplomo era como un remanso<br />

<strong>de</strong> paz en medio <strong>de</strong> un huracán. Y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>bía reconocer que su presencia no ofendía a<br />

la vista.<br />

Fuera se oyó un repentino alboroto. Algo pesado cayó al suelo con estrépito.<br />

Arrugando la frente, D'Agosta indicó a Hayward que saliese a echar un vistazo. Pronto se<br />

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