Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
—Acaba <strong>de</strong> telefonear el capitán Waxie. Quiere que baje inmediatamente a la unidad<br />
<strong>de</strong> interrogatorios. Lo han cogido.<br />
D'Agosta levantó la vista <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> clavar los últimos alfileres correspondientes a<br />
personas <strong>de</strong>saparecidas en un plano que sustituía al que Waxie se había llevado.<br />
—¿A quién?<br />
—¿A quién va a ser? —repuso Hayward, enarcando las cejas—. A él. Al asesino que<br />
imitaba a la Bestia <strong>de</strong>l Museo.<br />
—¡No joda! —exclamó el teniente. Se plantó al instante en la puerta, <strong>de</strong>scolgó la<br />
chaqueta <strong>de</strong> la percha y se la puso.<br />
—Lo han cogido en el Ramble —dijo Hayward mientras cruzaban la oficina en<br />
dirección a los ascensores—. Un agente que estaba <strong>de</strong> vigilancia en la zona oyó gritos y se<br />
acercó a ver qué ocurría. El tipo acababa <strong>de</strong> apuñalar a un vagabundo y se proponía<br />
cortarle la cabeza.<br />
—¿Cómo saben que se proponía cortarle la cabeza?<br />
—Pregúntele al capitán Waxie —contestó Hayward, encogiéndose <strong>de</strong> hombros.<br />
—¿Y el cuchillo?<br />
—De fabricación casera. Muy rudimentario. Exactamente lo que buscaban —explicó<br />
Hayward, al parecer no muy convencida.<br />
Las puertas <strong>de</strong>l ascensor se abrieron y <strong>de</strong>ntro apareció Pen<strong>de</strong>rgast. Viendo que<br />
D'Agosta y Hayward se disponían a entrar, los miró con expresión interrogativa.<br />
—El asesino está en la unidad <strong>de</strong> interrogatorios —dijo D'Agosta—. Waxie quiere<br />
que baje.<br />
—¿En serio? —El agente <strong>de</strong>l FBI retrocedió y pulsó el botón <strong>de</strong> la segunda planta—.<br />
Pues bajemos, cómo no. Siento curiosidad por ver qué clase <strong>de</strong> pez ha pescado Waxie.<br />
La unidad <strong>de</strong> interrogatorios <strong>de</strong> la jefatura <strong>de</strong> policía se componía <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong><br />
lóbregas habitaciones <strong>de</strong> color gris con pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> hormigón y macizas puertas metálicas.<br />
El agente que estaba <strong>de</strong> guardia en la entrada les franqueó el paso y los envió al área <strong>de</strong><br />
observación <strong>de</strong> la celda número nueve. Allí encontraron a Waxie, que, repantigado en una<br />
silla, contemplaba la celda a través <strong>de</strong>l cristal unidireccional. Al oírlos llegar, alzó la vista,<br />
saludó a D'Agosta con un gruñido, miró a Pen<strong>de</strong>rgast con expresión ceñuda y no se fijó<br />
siquiera en Hayward.<br />
—¿Ha hablado? —preguntó D'Agosta.<br />
Tras otro gruñido, Waxie contestó:<br />
—Ah, sí. No hace otra cosa que hablar. Pero hasta el momento sólo hemos oído una<br />
sarta <strong>de</strong> gilipolleces. Dice llamarse Jeffrey, y <strong>de</strong> ahí no sale. Pero pronto le sacaremos la<br />
verdad. He pensado que entretanto quizá querrías preguntarle alguna que otra cosa. —En<br />
su triunfo, Waxie se mostraba generoso, rebosante <strong>de</strong> seguridad en sí mismo.<br />
A través <strong>de</strong>l cristal, D'Agosta vio a un hombre <strong>de</strong>saliñado con mirada <strong>de</strong> loco. Los<br />
movimientos mudos y rápidos <strong>de</strong> su boca contrastaban casi cómicamente con la rígida<br />
inmovilidad <strong>de</strong> su cuerpo.<br />
—¿Es ése? —dijo D'Agosta con escepticismo.<br />
—El mismo.<br />
D'Agosta siguió mirando a través <strong>de</strong>l cristal.<br />
—Parece difícil que alguien tan pequeño haya causado tantos estragos.<br />
Waxie contrajo los labios en una mueca <strong>de</strong>fensiva.<br />
—Quizá haya soportado muchas humillaciones en su vida.<br />
D'Agosta se inclinó y apretó el botón <strong>de</strong>l micrófono interior. Al instante, una<br />
avalancha <strong>de</strong> palabras soeces afluyó al altavoz situado sobre el cristal. D'Agosta escuchó<br />
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