Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
obstruyendo los <strong>de</strong>sagües <strong>de</strong> la Buhardilla <strong>de</strong>l Diablo, cerrándolos para siempre.<br />
Mientras Snow señalaba <strong>de</strong>sesperadamente hacia el purgador, Margo notó un<br />
repentino tirón en las piernas, como si un reflujo <strong>de</strong> marea la arrastrase <strong>de</strong> regreso al<br />
punto <strong>de</strong> encuentro. La sensación <strong>de</strong>sapareció tan súbitamente como había empezado, y<br />
alre<strong>de</strong>dor el agua pareció adquirir una inusitada <strong>de</strong>nsidad. Por una décima <strong>de</strong> segundo<br />
tuvo la impresión <strong>de</strong> hallarse suspendida en el ojo <strong>de</strong> un huracán.<br />
Instantes <strong>de</strong>spués los sacudió una violenta ráfaga <strong>de</strong> sobrepresión proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l<br />
túnel <strong>de</strong> hierro situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos, un ciclón <strong>de</strong> agua lodosa que hizo temblar<br />
espasmódicamente el túnel. Margo se sintió zaran<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> pared a pared. Se le<br />
<strong>de</strong>sprendió la boquilla y luchó por recuperarla en medio <strong>de</strong> la avalancha <strong>de</strong> sedimentos y<br />
burbujas que la envolvía. Se produjo otra ráfaga <strong>de</strong> sobrepresión, y esta vez Margo fue<br />
succionada por la tubería que se encontraba bajo sus pies. Luchó por volver a la<br />
confluencia, pero una horrible fuerza siguió atrayéndola hacia insondables profundida<strong>de</strong>s.<br />
Se golpeó contra las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la tubería, como un corcho arrastrado por la corriente. A lo<br />
lejos, en el débil resplandor <strong>de</strong> la lámpara <strong>de</strong> Snow, vio a Pen<strong>de</strong>rgast, que le tendía la<br />
mano, pequeña como la <strong>de</strong> una muñeca a aquella distancia. Notó otra ráfaga, y el estrecho<br />
túnel se <strong>de</strong>smoronó sobre su cabeza con un chirrido metálico. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> oír el estruendo,<br />
se sintió caer y caer en una acuosa oscuridad.<br />
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Hayward trotaba por el Mall hacia el quiosco <strong>de</strong> música y Cherry Hill, acompañada<br />
por el agente Carlin. Pese a su corpulencia, corría ágilmente, con la elegancia <strong>de</strong> un atleta<br />
nato. Ni siquiera sudaba. Había permanecido imperturbable ante el enfrentamiento con<br />
los topos, los gases lacrimógenos, e incluso el caos que habían encontrado al regresar a la<br />
superficie.<br />
Allí, en la oscuridad <strong>de</strong>l parque, el ruido que antes les había parecido tan lejano era<br />
mucho más estri<strong>de</strong>nte, un extraño ululato con vida propia que arreciaba y disminuía<br />
continuamente. Se producían intermitentes <strong>de</strong>stellos y llamaradas que teñían las nubes <strong>de</strong><br />
color carmesí.<br />
—¡Dios santo! —exclamó Carlin mientras corría—. Suena como un millón <strong>de</strong><br />
personas intentando asesinarse entre sí.<br />
—Quizá sea eso —respondió Hayward, observando a un pelotón <strong>de</strong> la Guardia<br />
Nacional que marchaba a paso ligero hacia el norte frente a ellos.<br />
Cruzaron el Bow Bridge y ro<strong>de</strong>aron el Rumble, aproximándose a la retaguardia <strong>de</strong><br />
las barreras policiales. En el Transverse había una larga e ininterrumpida fila <strong>de</strong> vehículos<br />
<strong>de</strong> los medios <strong>de</strong> información, con los motores al ralentí. Sobre las copas <strong>de</strong> los árboles<br />
flotaba un helicóptero <strong>de</strong> gruesa panza, batiendo el aire con sus aspas. Una hilera <strong>de</strong><br />
policías acordonaba el jardín <strong>de</strong>l castillo, y un teniente les indicó que pasasen. Seguida <strong>de</strong><br />
Carlin, Hayward atravesó el jardín y subió por la escalera hacia la muralla. Allí, en medio<br />
<strong>de</strong> un torbellino <strong>de</strong> altos mandos <strong>de</strong> la policía, funcionarios municipales, miembros <strong>de</strong> la<br />
Guardia Nacional y hombres <strong>de</strong> aspecto nervioso con sus teléfonos móviles pegados al<br />
oído, se hallaba el jefe Horlocker, que parecía haber envejecido diez años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la última<br />
vez que Hayward lo había visto, hacía apenas cuatro horas. Hablaba con una mujer<br />
menuda y bien vestida cercana a los sesenta años. O mejor dicho, escuchaba mientras la<br />
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