Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
Llegaron a la avenida, y Margo vaciló por un instante, mirando hacia el norte.<br />
—Lo siento —dijo por fin—. Me cuesta hablar <strong>de</strong> ese tema.<br />
—Lo sé —contestó D'Agosta—. Y más ahora. —Guardó silencio mientras encendía el<br />
puro—. Cuí<strong>de</strong>se, doctora Green.<br />
Margo esbozó una débil sonrisa.<br />
—Lo mismo digo. —Tocándose el bolso añadió—: Y gracias <strong>de</strong> nuevo por esto.<br />
A continuación empezó a correr suavemente entre los coches, camino <strong>de</strong>l West Si<strong>de</strong> y<br />
su apartamento.<br />
20<br />
D'Agosta miró el reloj. Eran las diez <strong>de</strong> la noche, y pese a sus esfuerzos no tenían aún<br />
ni una sola pista. Las patrullas <strong>de</strong> agentes habían recorrido todos los refugios, centros <strong>de</strong><br />
acogida y comedores <strong>de</strong> beneficencia, buscando en vano noticias <strong>de</strong> alguien que hubiese<br />
mostrado un excesivo interés en Mbwun. Hayward, cuyos conocimientos sobre la gente<br />
sin hogar que vivía en el subsuelo eran cada vez más valiosos, había dirigido<br />
personalmente varias batidas especiales con los grupos <strong>de</strong> <strong>de</strong>salojo. Por <strong>de</strong>sgracia, el<br />
resultado había sido también <strong>de</strong>cepcionante; los topos se <strong>de</strong>svanecían ante las patrullas,<br />
ocultándose en lugares cada vez más recónditos y oscuros. A<strong>de</strong>más, como Hayward había<br />
explicado, las batidas apenas arañaban la superficie <strong>de</strong> la vasta red <strong>de</strong> túneles que se<br />
extendía bajo las calles <strong>de</strong> la ciudad. Por lo menos, la avalancha <strong>de</strong> llamadas telefónicas <strong>de</strong><br />
chiflados que reclamaban la recompensa <strong>de</strong>l Post se había reducido a un simple goteo.<br />
Quizá la gente estaba <strong>de</strong>masiado preocupada por el artículo <strong>de</strong>l Times y el asesinato <strong>de</strong><br />
Bitterman.<br />
Contempló su escritorio, enterrado aún bajo los informes semicoordinados <strong>de</strong> los<br />
distintos grupos <strong>de</strong> búsqueda. Luego contempló el tablón <strong>de</strong> anuncios por enésima vez<br />
aquella tar<strong>de</strong>, clavando la vista en el plano como si con la intensidad <strong>de</strong> su mirada pudiese<br />
arrancarle una respuesta. ¿Cuál era la pauta? Tenía que haberla; ésa era la primera regla en<br />
el trabajo <strong>de</strong> investigación policial.<br />
Le traía sin cuidado la opinión <strong>de</strong> Horlocker; la intuición le <strong>de</strong>cía que aquellas<br />
muertes eran obra <strong>de</strong> más <strong>de</strong> un asesino. Y no sólo la intuición. Había <strong>de</strong>masiados<br />
crímenes, y el modus operandi era similar pero no idéntico: unas víctimas aparecían<br />
<strong>de</strong>capitadas, otras con el cráneo aplastado, y otras simplemente mutiladas. Quizá se<br />
trataba <strong>de</strong> una secta <strong>de</strong> gente profundamente perturbada. Pero, fuera lo que fuese, los<br />
amenazadores plazos impuestos por Horlocker no servían más que para distraerlos <strong>de</strong> su<br />
verda<strong>de</strong>ro cometido y hacerles per<strong>de</strong>r el tiempo. Lo que se requería en aquellas<br />
circunstancias era un trabajo <strong>de</strong> investigación paciente, metódico e inteligente.<br />
D'Agosta rió para sí. «Dios mío —pensó—, cada vez me parezco más a Pen<strong>de</strong>rgast.»<br />
Al otro lado <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> material contiguo a su <strong>de</strong>spacho, D'Agosta<br />
empezó a oír extraños ruidos. Hayward había entrado allí minutos antes aprovechando un<br />
<strong>de</strong>scanso. Permaneció atento a la puerta, y los ruidos continuaron. Finalmente se levantó,<br />
se dirigió a la puerta, abrió y entró. Hayward se hallaba en medio <strong>de</strong>l cuarto, agazapada<br />
en una postura animal, la mano izquierda rígidamente extendida al frente como una flecha<br />
y la <strong>de</strong>recha la<strong>de</strong>ada junto a la cabeza. Tenía ambas manos tensas y ligeramente curvadas,<br />
con los pulgares hacia afuera. Mientras D'Agosta la observaba, dio un giro <strong>de</strong> noventa<br />
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