Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
laboratorio como lugar <strong>de</strong> trabajo, tenía que soportar el cáustico <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> Hagedorn<br />
cada vez que abría su or<strong>de</strong>nador portátil. Kawakita, a sus espaldas, lo llamaba «Stumpy».<br />
Sólo Margo y algunos otros estudiantes <strong>de</strong> posgrado bajo la tutela <strong>de</strong> Frock sabían que el<br />
mote no aludía al diminuto tamaño <strong>de</strong> Hagedorn, sino a su afinidad con el Stumpiniceps<br />
troglodytes, un organismo especialmente anodino que pobló el fondo <strong>de</strong> los mares en el<br />
período carbonífero.<br />
Al acordarse <strong>de</strong> Kawakita, Margo arrugó la frente con un súbito sentimiento <strong>de</strong><br />
culpabilidad. Hacía unos seis meses Kawakita le había <strong>de</strong>jado un mensaje en el<br />
contestador automático, disculpándose por no haber dado señales <strong>de</strong> vida en tanto tiempo<br />
y anunciando que volvería a llamar al día siguiente a la misma hora porque necesitaba<br />
hablar con ella. Cuando el teléfono sonó nuevamente veinticuatro horas más tar<strong>de</strong>, Margo<br />
hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>scolgar pero se quedó inmóvil con la mano suspendida a unos<br />
centímetros <strong>de</strong>l auricular. Al activarse el contestador no <strong>de</strong>jaron mensaje, y Margo retiró<br />
lentamente la mano, preguntándose qué extraño instinto le había impedido aten<strong>de</strong>r la<br />
llamada <strong>de</strong> Kawakita. Pero en realidad ya conocía la respuesta. Kawakita había formado<br />
parte <strong>de</strong> todo aquello junto con Pen<strong>de</strong>rgast, Smithback, el teniente D'Agosta e incluso el<br />
doctor Frock. Su programa <strong>de</strong> extrapolación les había permitido conocer mejor a Mbwun,<br />
la criatura que había sembrado el pánico en el museo y rondaba aún por las pesadillas <strong>de</strong><br />
Margo. Por egoísta que pareciese, el último <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos era hablar con alguien que le<br />
recordase innecesariamente aquellos espantosos días. Una actitud absurda, y más<br />
pensando que en ese momento se hallaba metida hasta el cuello en una investigación<br />
que…<br />
Un súbito e impertinente carraspeo <strong>de</strong>volvió a Margo al presente. Al volverse, vio a<br />
su lado a un hombre <strong>de</strong> corta estatura y rostro apergaminado y surcado por innumerables<br />
arrugas. Vestía un raído traje <strong>de</strong> tweed.<br />
—Me ha parecido oír que alguien mero<strong>de</strong>aba entre mis esqueletos —comentó<br />
Hagedorn con expresión ceñuda y los minúsculos brazos cruzados ante el pecho—. Usted<br />
dirá.<br />
A su pesar, Margo notó que en su interior un creciente enojo sustituía a sus<br />
recuerdos. «Sus» esqueletos. Sí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego parecían suyos. Conteniendo la indignación,<br />
sacó <strong>de</strong>l bolso una hoja <strong>de</strong> papel.<br />
—El doctor Frock quiere que suban estos especímenes al Laboratorio <strong>de</strong><br />
Antropología Forense —dijo al entregarle la hoja a Hagedorn.<br />
Echó un vistazo al papel, y su ceño se hizo aún más marcado.<br />
—¿Tres esqueletos? —preguntó—. Eso es contrario a las normas.<br />
«¡Anda y que te zurzan, Stumpy!», pensó Margo, y replicó:<br />
—Es <strong>de</strong> suma importancia que dispongamos <strong>de</strong> los esqueletos inmediatamente. Si se<br />
requiere una autorización especial, sin duda la doctora Merriam se la dará.<br />
La alusión a la directora surtió el efecto <strong>de</strong>seado.<br />
—¡Ah, muy bien! Pero sigue siendo contrario a las normas. Acompáñeme.<br />
La guió hasta un antiguo escritorio <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong>sportillado y lleno <strong>de</strong> marcas a<br />
fuerza <strong>de</strong> años <strong>de</strong> <strong>de</strong>ja<strong>de</strong>z. Tras el escritorio —en hileras <strong>de</strong> pequeños cajones— estaban<br />
los archivos <strong>de</strong> Hagedorn. Consultó el primer número <strong>de</strong> la lista <strong>de</strong> Frock y recorrió los<br />
cajones <strong>de</strong> arriba abajo con un <strong>de</strong>do fino y amarillento. Finalmente se <strong>de</strong>tuvo, tiró <strong>de</strong>l<br />
cajón, pasó rápidamente las fichas y extrajo una.<br />
—1930-262 —leyó, y gruñó contrariado—. ¡Qué suerte la mía! Nada menos que en la<br />
fila más alta. Ya no soy lo que era, ¿sabe? La altura me da vértigo. —De pronto se<br />
interrumpió. Señalando un punto rojo en el ángulo superior <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la ficha, observó—<br />
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