Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
vitamina D en la piel. ¿De acuerdo? Si para esas criaturas dicha vitamina fuese venenosa,<br />
la luz directa les causaría un gran dolor, o incluso la muerte. Por eso murieron algunos <strong>de</strong><br />
los cultivos inoculados. Estuvieron una noche entera expuestos a la luz <strong>de</strong> una lámpara. Y<br />
eso quizá explicaría incluso por qué los llaman rugosos. La carencia <strong>de</strong> vitamina D<br />
confiere a la piel un aspecto arrugado y correoso. Y la <strong>de</strong>ficiencia <strong>de</strong> esa vitamina provoca<br />
la osteomalacia, un reblan<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> los huesos. ¿Recuerdan que, según el doctor<br />
Brambell, el esqueleto <strong>de</strong> Kawakita parecía el resultado <strong>de</strong> un caso extremo <strong>de</strong> raquitismo?<br />
Pues en efecto así era.<br />
—Pero eso son sólo conjeturas —replicó D'Agosta—. ¿Dón<strong>de</strong> están las pruebas?<br />
—¿Por qué, si no, la sintetizaba Kawakita? —dijo Margo—. Piense que para él era<br />
igualmente venenosa. Sabía que las criaturas irían a por él si <strong>de</strong>struía su fuente <strong>de</strong><br />
suministro. Y <strong>de</strong>spués, al carecer <strong>de</strong> la droga, asesinarían sin control. No, tenía que matar<br />
las plantas y también a las criaturas.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast asentía con la cabeza.<br />
—Parece la única explicación posible. Pero ¿por qué ha venido hasta aquí para<br />
contárnoslo?<br />
Margo abrió el bolso.<br />
—Porque traigo aquí tres litros <strong>de</strong> vitamina D en solución.<br />
D'Agosta resopló.<br />
—¿Y qué? No pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que estemos escasos <strong>de</strong> armas.<br />
—Si hay tantas criaturas como pensamos, no podrán <strong>de</strong>tenerlas por más armas que<br />
lleven —dijo Margo—. ¿Recuerda lo que costó acabar con Mbwun?<br />
—Nuestra intención es evitar cualquier encuentro —afirmó Pen<strong>de</strong>rgast.<br />
—Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego no está dispuesto a correr riesgos, y por eso ha traído semejante<br />
arsenal —replicó Margo—, Las balas pue<strong>de</strong>n hacerles daño, pero esto —añadió, señalando<br />
su bolso— los fulmina.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast <strong>de</strong>jó escapar un suspiro.<br />
—Muy bien, doctora Green —dijo—, dénoslas; nos las repartiremos entre los tres.<br />
—Ni hablar —repuso Margo—. Yo llevaré las botellas. Y voy con uste<strong>de</strong>s.<br />
—Viene otro tren —anunció Mephisto.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast guardó silencio por un momento. Por fin dijo:<br />
—Ya le he explicado que no…<br />
—He venido hasta aquí —lo interrumpió Margo, percibiendo la ira y <strong>de</strong>terminación<br />
<strong>de</strong> sus propias palabras mientras hablaba—. Ahora no voy a volverme atrás. Y no vuelva a<br />
advertirme lo peligroso que es. Si quiere que firme algún papel <strong>de</strong>scargando <strong>de</strong> toda<br />
responsabilidad a las autorida<strong>de</strong>s, no tengo inconveniente. Démelo.<br />
—No será necesario. —Pen<strong>de</strong>rgast exhaló un profundo suspiro—. Muy bien, doctora<br />
Green. No po<strong>de</strong>mos per<strong>de</strong>r más tiempo en discusiones. Mephisto, llévenos abajo.<br />
54<br />
Smithback se quedó inmóvil en el túnel, escuchando. De nuevo oyó las pisadas, en<br />
esta ocasión más lejanas. Respiró hondo varias veces y tragó saliva, intentando disolver el<br />
nudo que tenía en la garganta. Se había perdido en aquellos pasadizos estrechos y oscuros.<br />
Ni siquiera sabía si avanzaba en la dirección correcta. Quizá estaba volviendo hacia atrás,<br />
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