Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
sumado más jóvenes a la muchedumbre, atraídos por el ruido y el gentío. Petacas y<br />
botellas <strong>de</strong> bourbon Wild Turkey pasaban <strong>de</strong> mano en mano. ¡Vaya con los señores<br />
banqueros!, pensó Smithback.<br />
De pronto la señora Wisher se volvió y señaló algo con el <strong>de</strong>do. Smithback miró en la<br />
dirección que indicaba y notó un súbito revuelo al otro lado <strong>de</strong>l cordón policial. Se había<br />
<strong>de</strong>tenido una reluciente limusina negra y <strong>de</strong> ella se apeó el alcal<strong>de</strong>, un hombre medio<br />
calvo con un traje oscuro, junto con varios asesores. Smithback aguardó, impaciente por<br />
ver qué sucedía. Obviamente la magnitud <strong>de</strong> la concentración había cogido por sorpresa al<br />
alcal<strong>de</strong>, y aquello era un <strong>de</strong>sesperado intento <strong>de</strong> involucrarse, <strong>de</strong> mostrar su preocupación.<br />
—¡El alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong> Nueva York! —exclamó la señora Wisher mientras el alcal<strong>de</strong> se abría<br />
paso hasta la tribuna con la ayuda <strong>de</strong> varios policías—. ¡Ahí lo tienen! ¡Ha venido a<br />
hablarnos!<br />
El murmullo <strong>de</strong> la multitud se convirtió en vocerío.<br />
—¡Pero no le <strong>de</strong>jaremos hablar! —dijo la señora Wisher—. ¡Queremos hechos, señor<br />
alcal<strong>de</strong>, no palabras!<br />
La multitud bramó.<br />
—¡Hechos, no palabras! —repitió la señora Wisher a voz en cuello.<br />
—¡Hechos! —coreó la multitud. Los jóvenes empezaron a silbar y abuchear.<br />
El alcal<strong>de</strong> subía a la tribuna en ese momento, sonriendo y saludando con las manos.<br />
A Smithback le pareció que el alcal<strong>de</strong> pedía el micrófono a la señora Wisher. Ella<br />
retrocedió un paso y dijo:<br />
—¡No queremos oír más discursos! ¡No queremos oír más gilipolleces!<br />
Acto seguido arrancó el micrófono <strong>de</strong>l pescante y bajó <strong>de</strong> la tribuna, <strong>de</strong>jando al<br />
alcal<strong>de</strong> solo ante la muchedumbre con una sonrisa postiza en los labios, incapaz <strong>de</strong><br />
hacerse oír por encima <strong>de</strong>l clamor.<br />
Fue el improperio final, más que otra cosa, lo que enar<strong>de</strong>ció a la multitud. Se oyó un<br />
griterío ininteligible, y la gente se abalanzó hacia la tribuna. Smithback, con una extraña<br />
sensación recorriéndole la columna vertebral, observó cómo los manifestantes se<br />
enfurecían peligrosamente ante sus ojos. Varias botellas vacías volaron hacia la tribuna,<br />
estrellándose una a poco más <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>. Los más jóvenes, agrupados, se<br />
abrían paso a empujones hacia la tribuna abucheando y profiriendo insultos. Smithback<br />
sólo distinguió algunas palabras aisladas: «Gilipollas. Maricón. Liberal <strong>de</strong> mierda.» La<br />
multitud siguió lanzando objetos, y los asesores <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>, viendo que la situación ya no<br />
tenía remedio, lo apremiaron para que abandonase la tribuna y volviese a la limusina.<br />
«En fin —pensó Smithback—, es interesante ver que todas las clases sociales se<br />
comportan igual al amparo <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong>senfrenada.» No recordaba haber oído jamás<br />
una arenga tan breve y eficaz como la <strong>de</strong> la señora Wisher. Cuando la sensación <strong>de</strong> peligro<br />
<strong>de</strong>sapareció y la multitud comenzó a dispersarse en iracundos grupos, Smithback fue a<br />
sentarse en un banco <strong>de</strong>l parque para anotar sus impresiones mientras las tenía aún frescas<br />
en la memoria. Luego consultó su reloj: las cinco y media. Se levantó y corrió por el parque<br />
en dirección noroeste. Era mejor estar a tiempo en el sitio, por si acaso.<br />
15<br />
Margo corría <strong>de</strong> regreso a casa, con la radio portátil sintonizada en una emisora <strong>de</strong><br />
57