Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
23<br />
La calle 63 Oeste se extendía hacia el río Hudson, y las dos hileras <strong>de</strong> magníficos<br />
edificios <strong>de</strong> apartamentos daban lugar gradualmente a cuidadas casas <strong>de</strong> piedra rojiza.<br />
D'Agosta caminaba con <strong>de</strong>terminación, la vista baja, y una intensa sensación <strong>de</strong> ser el<br />
blanco <strong>de</strong> todas las miradas. La figura andrajosa y maloliente <strong>de</strong> Pen<strong>de</strong>rgast caminaba<br />
arrastrando los pies justo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />
—¡Vaya un pasatiempo para mi tar<strong>de</strong> libre! —masculló D'Agosta.<br />
Aunque le picaba en los lugares más recónditos <strong>de</strong>l cuerpo, <strong>de</strong>cidió no rascarse.<br />
Rascarse implicaba tocar la vieja y mugrienta gabardina que llevaba, o la roñosa camisa<br />
escocesa <strong>de</strong> poliéster, o el pantalón raído y lustroso. Se preguntaba <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> habría<br />
sacado Pen<strong>de</strong>rgast todo aquello.<br />
Para colmo, la suciedad y la grasa con que había tenido que embadurnarse la cara<br />
eran auténticas, y no simple maquillaje. Incluso los zapatos le repugnaban. Pero al<br />
mostrarse reacio a vestirse con aquella indumentaria, Pen<strong>de</strong>rgast se había limitado a <strong>de</strong>cir:<br />
«Vincent, su vida <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> ello.»<br />
Ni siquiera le había permitido llevar el arma o la placa, aduciendo: «Ni se imagina lo<br />
que harían con usted si le encontrasen una placa encima.» En realidad, pensaba D'Agosta<br />
con pesar, toda la expedición en sí era una clara violación <strong>de</strong>l reglamento.<br />
Alzó la vista por un instante y vio que se acercaba una mujer con un impecable<br />
vestido veraniego y zapatos <strong>de</strong> tacón paseando a un chihuahua. La mujer se <strong>de</strong>tuvo en<br />
seco y <strong>de</strong>svió la mirada con cara <strong>de</strong> asco. Cuando Pen<strong>de</strong>rgast pasó junto a ella, el perro<br />
saltó hacia a<strong>de</strong>lante y empezó a lanzar agudos y estri<strong>de</strong>ntes ladridos. Pen<strong>de</strong>rgast se<br />
apartó, y el perro, tirando <strong>de</strong> la correa, redobló sus histéricos esfuerzos.<br />
Pese a lo violento que se sentía, o quizá por eso mismo, D'Agosta fue incapaz <strong>de</strong><br />
reprimir un creciente enojo por la expresión <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> la mujer. «¿Quién le da<br />
<strong>de</strong>recho a juzgarnos?», pensó. Al pasar por su lado, paró y se volvió hacia ella.<br />
—¡Que le vaya bien! —gruñó, echando el mentón hacia a<strong>de</strong>lante.<br />
La mujer retrocedió.<br />
—Es usted un tipejo asqueroso —prorrumpió—. ¡Petit Chou, no te acerques a él!<br />
Pen<strong>de</strong>rgast agarró a D'Agosta <strong>de</strong> un brazo y lo arrastró hasta la esquina <strong>de</strong><br />
Columbus Avenue.<br />
—¿Está loco? —reprochó en voz baja.<br />
Mientras se alejaban a toda prisa, D'Agosta oyó gritar a la mujer:<br />
—¡Ayuda! ¡Esos hombres me han amenazado!<br />
Pen<strong>de</strong>rgast apretó el paso en dirección sur, y D'Agosta tuvo que correr tras él para no<br />
rezagarse. A<strong>de</strong>ntrándose en la penumbra <strong>de</strong> un ancho pasaje situado en medio <strong>de</strong> la<br />
manzana, Pen<strong>de</strong>rgast se arrodilló rápidamente sobre las planchas <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> una salida<br />
<strong>de</strong> emergencia <strong>de</strong>l metro. Valiéndose <strong>de</strong> una pequeña herramienta con forma <strong>de</strong> gancho,<br />
levantó las planchas e indicó a D'Agosta que <strong>de</strong>scendiese por la escalera metálica. Entró<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> D'Agosta en el oscuro hueco y volvió a cerrar las planchas. Al pie <strong>de</strong> la escalera<br />
había dos vías <strong>de</strong> tren escasamente iluminadas. Cruzaron las vías y llegaron a un arco que<br />
daba acceso a otra escalera <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte, cuyos peldaños bajaron <strong>de</strong> dos en dos.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast se <strong>de</strong>tuvo en el último escalón. D'Agosta, ja<strong>de</strong>ante, paró junto a él en la<br />
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