Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
En el silencio que siguió, oyó el ruido <strong>de</strong> un bate <strong>de</strong> aluminio al caer al asfalto. Luego<br />
otro. Después un sonido más suave: una hoja <strong>de</strong> acero al chocar contra el suelo. Hayward<br />
aguardó por un momento y retrocedió un paso.<br />
—Agente Carlin —dijo con calma.<br />
Al instante Carlin estaba junto a ella.<br />
—¿Los cacheo? —preguntó.<br />
Hayward negó con la cabeza.<br />
—Sus carnets <strong>de</strong> conducir —dijo al grupo—. También los quiero. Tírenlos al suelo ahí<br />
mismo.<br />
Tras una breve pausa el joven más a<strong>de</strong>lantado sacó la cartera <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> la<br />
chaqueta y <strong>de</strong>jó caer la tarjeta <strong>de</strong> plástico. Los otros siguieron su ejemplo.<br />
—Pue<strong>de</strong>n pasar a recogerlos mañana por jefatura —continuó Hayward—. Ahora<br />
quiero que sigan por este camino en dirección contraria hasta llegar a Central Park West.<br />
Una vez allí, quiero que cada uno se marche por su lado. No se paren por nada, ni para<br />
recoger doscientos dólares <strong>de</strong>l suelo. Derechos a casa, y a dormir. ¿Entendido?<br />
Nadie contestó.<br />
—¡No los oigo! —bramó Hayward, y los hombres se sobresaltaron.<br />
—Entendido —respondieron a coro.<br />
—Pues andando —dijo Hayward.<br />
Los jóvenes permanecieron inmóviles, como si estuviesen clavados al suelo.<br />
—¡Muevan el culo! —gritó Hayward.<br />
El grupo se puso en marcha, en silencio, con la vista al frente. Se alejaron en dirección<br />
oeste, primero <strong>de</strong>spacio, luego apretando el paso, y pronto <strong>de</strong>saparecieron en la oscuridad.<br />
—¡Pandilla <strong>de</strong> gilipollas! —comentó Carlin—. ¿Cree que realmente han muerto<br />
veinte o treinta personas?<br />
Hayward lanzó un gruñido mientras recogía <strong>de</strong>l suelo las armas y los carnets <strong>de</strong><br />
conducir.<br />
—¡Qué va! Pero si se extien<strong>de</strong> esa clase <strong>de</strong> rumores, seguirá viniendo gente como ésa,<br />
y esta situación nunca se resolverá. —Dejó escapar un suspiro y entregó a Carlin los<br />
bates—. Vamos. Nos reportaremos y veremos si po<strong>de</strong>mos ayudar esta noche. Porque<br />
mañana, como bien sabe, va a caernos un rapapolvo por lo que ha pasado en los túneles.<br />
—Esta vez no —respondió Carlin, sonriendo.<br />
—Eso mismo ha dicho antes. —Hayward se volvió hacia él—. Explíquese, Carlin.<br />
—Esta vez los justos serán recompensados. Y serán los Miller <strong>de</strong> este mundo quienes<br />
vayan a la picota.<br />
—¿Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo tiene el don <strong>de</strong> la profecía?<br />
—Des<strong>de</strong> que me he enterado <strong>de</strong> que nuestro amigo Beal, a quien ha acompañado<br />
usted hasta la ambulancia, es hijo <strong>de</strong> un tal Steven X. Beal.<br />
—¿Steven Beal, el senador <strong>de</strong>l estado? —preguntó Hayward, abriendo<br />
<strong>de</strong>smesuradamente los ojos.<br />
Carlin asintió.<br />
—Beal no quiere que se sepa. Teme que la gente pueda pensar que intenta usar su<br />
influencia para conseguir un ascenso rápido o algo así. Pero con el golpe en la cabeza se le<br />
<strong>de</strong>be haber soltado un poco la lengua.<br />
Hayward permaneció inmóvil por un momento. Luego, sacudiendo la cabeza, se dio<br />
media vuelta y se encaminó hacia el Great Lawn.<br />
—¿Sargento? —dijo Carlin.<br />
—¿Sí?<br />
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