Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
—Si los asesinos han colonizado algún espacio recóndito bajo tierra, el gran número<br />
<strong>de</strong> gente que habita en los túneles será en sí mismo una complicación —dijo Pen<strong>de</strong>rgast<br />
por fin.<br />
Hayward <strong>de</strong>svió la mirada <strong>de</strong>l cuadro y la fijó en el agente <strong>de</strong>l FBI.<br />
—Y va a más —afirmó.<br />
—¿A qué se refiere?<br />
—Faltan sólo unas semanas para el principio <strong>de</strong>l otoño —contestó Hayward—. Es en<br />
esa época, en previsión <strong>de</strong>l frío <strong>de</strong>l invierno, cuando los mendigos se trasladan<br />
masivamente a los subterráneos. Si está en lo cierto sobre esos asesinos, imagine qué<br />
ocurrirá en ese momento.<br />
—No, no lo imagino —repuso Pen<strong>de</strong>rgast—. Dígamelo usted.<br />
—Temporada <strong>de</strong> caza —respondió Hayward, y volvió a mirar el paisaje.<br />
27<br />
El mugriento tramo industrial <strong>de</strong> la avenida terminaba en una escollera junto a las<br />
turbias aguas <strong>de</strong>l East River. El lugar ofrecía una vista panorámica <strong>de</strong> Roosevelt Island y el<br />
puente <strong>de</strong> la calle Cincuenta y nueve. En la otra orilla, el FDR Drive, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí apenas una<br />
fina cinta gris, serpenteaba entre los lujosos bloques <strong>de</strong> apartamentos <strong>de</strong> Sutton Place y el<br />
edificio <strong>de</strong> las Naciones Unidas. Una buena vista, pensó D'Agosta mientras se apeaba <strong>de</strong>l<br />
coche sin distintivos policiales. Una buena vista, y un barrio espantoso.<br />
El sol <strong>de</strong> agosto caía oblicuamente sobre la avenida, reblan<strong>de</strong>ciendo los charcos <strong>de</strong><br />
alquitrán y reflejándose trémulamente en el asfalto. Aflojándose el cuello <strong>de</strong> la camisa,<br />
D'Agosta comprobó una vez más la dirección que le había facilitado el Departamento <strong>de</strong><br />
Personal <strong>de</strong>l museo: avenida Noventa y cuatro, 11-46, Long Island City. Contempló los<br />
edificios <strong>de</strong> las inmediaciones, preguntándose si había algún error. Aquello no se parecía<br />
en nada un barrio resi<strong>de</strong>ncial. A ambos lados <strong>de</strong> la calle se alineaban almacenes y fábricas<br />
abandonadas. Aunque era mediodía, el lugar se hallaba casi <strong>de</strong>sierto; la única señal <strong>de</strong><br />
vida era un <strong>de</strong>startalado camión que salía en ese momento <strong>de</strong> un área <strong>de</strong> carga situada al<br />
final <strong>de</strong> la manzana. Nadie como Waxie para cargarle lo que, en su opinión, era la última<br />
misión por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> prioridad.<br />
Los números 11-46 <strong>de</strong> la avenida se correspondían con una gruesa puerta <strong>de</strong> metal,<br />
rayada y <strong>de</strong>sportillada, con diez capas <strong>de</strong> pintura negra por lo menos. Como el resto <strong>de</strong> las<br />
puertas <strong>de</strong> aquella manzana, parecía la entrada <strong>de</strong> un almacén vacío. D'Agosta pulsó el<br />
botón <strong>de</strong> un viejo portero automático. Al no recibir respuesta, aporreó la puerta con<br />
fuerza. Silencio.<br />
Esperó unos minutos. Luego se a<strong>de</strong>ntró por un estrecho callejón contiguo al edificio.<br />
Abriéndose paso entre unos rollos <strong>de</strong> papel alquitranado, se acercó a una ventana <strong>de</strong><br />
cristal reforzado con malla metálica, agrietado y casi opaco a causa <strong>de</strong>l polvo. Se encaramó<br />
a uno <strong>de</strong> los rollos, limpió parte <strong>de</strong>l cristal con la punta <strong>de</strong> la corbata y miró a<strong>de</strong>ntro.<br />
Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad <strong>de</strong>l interior, distinguió un amplio<br />
espacio vacío. Tenues líneas <strong>de</strong> luz se dibujaban en el sucio suelo <strong>de</strong> cemento. Al fondo,<br />
una escalera ascendía a lo que en otro tiempo <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l encargado.<br />
Aparte <strong>de</strong> eso, nada.<br />
D'Agosta percibió un repentino movimiento en el callejón. Al volverse, vio correr a<br />
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