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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

un camarero.<br />

El jefe Redmond Horlocker se hallaba sentado tras un amplio escritorio sin un solo<br />

papel. Waxie había acomodado su consi<strong>de</strong>rable humanidad en el sillón más cercano y<br />

<strong>de</strong>scribía la operación <strong>de</strong>l día anterior. Acababa <strong>de</strong> llegar al punto en que los tres eran<br />

atacados por una turba <strong>de</strong> vagabundos coléricos, y él, Waxie, los mantenía a raya para que<br />

D'Agosta y Hayward pudiesen escapar. Horlocker escuchaba con semblante impasible.<br />

D'Agosta no apartaba la vista <strong>de</strong> Waxie, animándose a medida que avanzaba la<br />

narración. Se planteó intervenir, pero su larga experiencia le <strong>de</strong>cía que no serviría <strong>de</strong> nada.<br />

Waxie era capitán <strong>de</strong> una comisaría <strong>de</strong> distrito; no tenía muchas ocasiones <strong>de</strong> presentarse<br />

en la jefatura e impresionar al mandamás. Quizá así se conseguiría una mayor dotación <strong>de</strong><br />

hombres para el caso. Por otra parte, una vocecilla en el interior <strong>de</strong> su cerebro vaticinaba<br />

que aquél era uno <strong>de</strong> esos casos en que la mierda salpicaría con especial violencia. Aunque<br />

oficialmente él estaba a cargo <strong>de</strong> la investigación, no le importaba que Waxie se llevase<br />

parte <strong>de</strong>l mérito. Cuanto más se <strong>de</strong>jaba uno ver al principio, más peligraba su culo al final.<br />

Waxie concluyó el relato, y Horlocker, aprovechando la circunstancia, guardó<br />

silencio unos instantes para que la reunión adquiriese un cariz más solemne. Finalmente se<br />

aclaró la garganta y, volviéndose hacia D'Agosta, preguntó:<br />

—¿Su impresión, teniente?<br />

D'Agosta se en<strong>de</strong>rezó.<br />

—En fin, señor, aún es pronto para <strong>de</strong>cir si existe o no conexión. Así y todo, vale la<br />

pena comprobarlo, y no me vendrían mal unos cuantos hombres <strong>de</strong> refuerzo para…<br />

Sonó un teléfono antiguo que había sobre el escritorio. Horlocker cogió el auricular y<br />

escuchó por un momento.<br />

—Eso pue<strong>de</strong> esperar —atajó bruscamente. A continuación colgó, miró <strong>de</strong> nuevo a<br />

D'Agosta y preguntó—: ¿Lee usted el Post?<br />

—A veces —respondió D'Agosta. Adivinaba adon<strong>de</strong> quería ir a parar Horlocker.<br />

—¿Y conoce al tal Smithback, el que escribe todas esas san<strong>de</strong>ces?<br />

—Sí, señor —admitió D'Agosta.<br />

—¿Es amigo suyo?<br />

D'Agosta tardó unos segundos en contestar.<br />

—No exactamente, señor.<br />

—No exactamente —repitió el jefe <strong>de</strong> policía—. Por lo que Smithback contaba en su<br />

libro sobre la Bestia <strong>de</strong>l Museo, tenía la impresión <strong>de</strong> que eran uste<strong>de</strong>s uña y carne. Si<br />

damos crédito a esa versión, los dos sin ayuda <strong>de</strong> nadie salvaron al mundo <strong>de</strong> aquel ligero<br />

problema en el Museo <strong>de</strong> Historia Natural.<br />

D'Agosta guardó silencio. El papel que él <strong>de</strong>sempeñó en la <strong>de</strong>sastrosa inauguración<br />

<strong>de</strong> la exposición «Supersticiones» era agua pasada. Y en la nueva alcaldía nadie estaba<br />

dispuesto a atribuirle el menor mérito.<br />

—Pues su no exactamente amigo Smithback nos trae <strong>de</strong> cabeza, obligándonos a<br />

escuchar a todos los chiflados que telefonean atraídos por su recompensa. En eso están<br />

ocupados los hombres <strong>de</strong> refuerzo que me pi<strong>de</strong>. Usted <strong>de</strong>bería saberlo mejor que nadie. —<br />

Horlocker se revolvió irritado en su enorme trono <strong>de</strong> cuero—. Así pues, en su opinión, los<br />

asesinatos <strong>de</strong> mendigos y el <strong>de</strong> Pamela Wisher presentan el mismo modus operandi.<br />

D'Agosta asintió con la cabeza.<br />

—Muy bien. Aquí en Nueva York no nos gusta que mueran mendigos asesinados. Es<br />

un problema. No causa buena impresión. Pero cuando muere asesinada gente <strong>de</strong> la alta<br />

sociedad, nos enfrentamos con un auténtico problema. ¿Queda claro?<br />

—Absolutamente claro —dijo Waxie.<br />

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