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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
Pen<strong>de</strong>rgast y Margo se volvieron hacia él.<br />
—Primero, ¿por qué lo mataron esas criaturas? Pues parece evi<strong>de</strong>nte que es eso lo<br />
que ocurrió.<br />
—Quizá eran cada vez más incontrolables —sugirió Pen<strong>de</strong>rgast.<br />
—O se volvieron contra él, consi<strong>de</strong>rándolo la causa <strong>de</strong> su lamentable estado —añadió<br />
Margo—. O quizá se estableció una lucha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r entre él y una <strong>de</strong> las criaturas.<br />
Recuer<strong>de</strong> lo que escribió en su cua<strong>de</strong>rno: «Noto al otro cada día más impaciente.»<br />
—Segundo —continuó D'Agosta—, ¿qué significa la otra nota <strong>de</strong> su cua<strong>de</strong>rno, don<strong>de</strong><br />
menciona el herbicida, el thyoxin? Eso no encaja en ninguna parte. ¿O la vitamina D que,<br />
según usted, sintetizaba?<br />
—Y no olvi<strong>de</strong> que Kawakita también escribió en su cua<strong>de</strong>rno la palabra<br />
«irreversible» —dijo Pen<strong>de</strong>rgast—. Quizá al final se dio cuenta <strong>de</strong> que no podía enmendar<br />
el daño que había causado.<br />
—Y eso podría explicar los remordimientos que se adivinan en sus notas —comentó<br />
Margo—. Según parece, concentró sus esfuerzos en evitar los cambios físicos originados<br />
por la droga, pero pasó por alto los efectos que podía tener en la mente la nueva cepa <strong>de</strong>l<br />
virus.<br />
—Tercero, y último —prosiguió D'Agosta—, ¿qué sentido tenía reconstruir esa<br />
cabaña <strong>de</strong> cráneos mencionada en el diario <strong>de</strong> Whittlesey?<br />
Esta vez Margo y Pen<strong>de</strong>rgast permanecieron en silencio.<br />
Por fin, Pen<strong>de</strong>rgast suspiró y dijo:<br />
—Tiene razón, Vincent. La finalidad <strong>de</strong> eso me resulta incomprensible. Tan<br />
incomprensible como los extraños trozos <strong>de</strong> metal que encontré en la mesa <strong>de</strong> ofrendas.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast extrajo los objetos y los extendió sobre la mesa <strong>de</strong> trabajo <strong>de</strong> Margo.<br />
D'Agosta los cogió <strong>de</strong> inmediato y los examinó.<br />
—¿No podrían ser simplemente <strong>de</strong>sechos? —preguntó.<br />
Pen<strong>de</strong>rgast negó con la cabeza.<br />
—Estaban colocados con sumo esmero, casi con cariño, como reliquias en un<br />
relicario.<br />
—¿Un qué?<br />
—Un relicario —repitió Pen<strong>de</strong>rgast—, un lugar don<strong>de</strong> se exhiben objetos venerados.<br />
—Personalmente no los encuentro muy dignos <strong>de</strong> veneración, la verdad. Parecen<br />
piezas <strong>de</strong> un tablero <strong>de</strong> mandos, o <strong>de</strong> un aparato eléctrico, quizá. —D'Agosta se volvió<br />
hacia Margo—. ¿Alguna i<strong>de</strong>a?<br />
Margo se apartó <strong>de</strong>l escritorio, se levantó y se acercó a la mesa <strong>de</strong> trabajo. Cogió uno<br />
<strong>de</strong> los fragmentos <strong>de</strong> metal, lo observó por un momento y volvió a <strong>de</strong>jarlo.<br />
—Podrían ser cualquier cosa —dijo, y cogió otro objeto, un tubo metálico con un<br />
extremo recubierto <strong>de</strong> goma gris.<br />
—Cualquier cosa —repitió Pen<strong>de</strong>rgast—. Pero tengo la impresión <strong>de</strong> que cuando<br />
<strong>de</strong>scubramos qué son, y por qué estaban dispuestos como objetos sagrados sobre una<br />
plataforma <strong>de</strong> piedra a una profundidad <strong>de</strong> treinta pisos bajo Nueva York, tendremos la<br />
clave <strong>de</strong>l rompecabezas.<br />
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