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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

la vez que aparecían en el túnel los dos pequeños faros. Llegaría a casa en media hora.<br />

Sintió un momentáneo enojo al pensar en lo lejos que vivía <strong>de</strong> allí —en la calle Noventa y<br />

ocho esquina con la Tercera Avenida— y lo mucho que tardaba en llegar a casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Wall<br />

Street. Quizá era ya hora <strong>de</strong> mudarse, buscar un loft en la parte baja <strong>de</strong> Manhattan o un<br />

agradable apartamento <strong>de</strong> dos habitaciones entre las calles Sesenta y Setenta. Aunque<br />

vivir en el Soho no estaba mal, vivir en el East Si<strong>de</strong> estaba mucho mejor. Un piso alto con<br />

balcón, cama gran<strong>de</strong>, moqueta <strong>de</strong> color crema, muebles <strong>de</strong> cristal y metal cromado.<br />

—…y ella dice: Cariño, ¿podrías prestarme setenta dólares?<br />

Todos prorrumpieron en obscenas carcajadas al oír el final <strong>de</strong>l chiste, y Trumbull rió<br />

también instintivamente.<br />

El rumor se convirtió en un ruido ensor<strong>de</strong>cedor cuando el tren entró en la estación.<br />

En broma, un miembro <strong>de</strong>l grupo empujó a Trumbull ligeramente hacia el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

andén, y él retrocedió <strong>de</strong> un salto ante el tren que se acercaba. Se <strong>de</strong>tuvo con un<br />

estruendoso chirrido <strong>de</strong> frenos, y todos subieron a uno <strong>de</strong> los vagones.<br />

Trumbull fue a trompicones hasta un asiento cuando el tren salía <strong>de</strong> la estación y<br />

miró alre<strong>de</strong>dor con expresión <strong>de</strong> fastidio. El aire acondicionado no funcionaba y todas las<br />

ventanillas estaban abiertas, <strong>de</strong>jando entrar el olor a humedad <strong>de</strong> los túneles y el ruido<br />

atronador <strong>de</strong>l tren. Hacía un calor agobiante. Se aflojó la corbata. Empezaba a sentirse<br />

mareado y notaba en las sienes un dolor ligero pero persistente. Consultó su reloj; sólo<br />

faltaban seis horas para volver a la oficina. Exhaló un suspiro y se recostó en el asiento. El<br />

tren avanzaba rápidamente con tal traqueteo que era imposible hablar. Trumbull cerró los<br />

ojos.<br />

En la calle Catorce, bajó parte <strong>de</strong>l grupo para hacer transbordo en dirección a la Penn<br />

Station, <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong> él con apretones <strong>de</strong> manos y golpes <strong>de</strong> puño en el hombro. En<br />

Grand Central se apearon varios más, y quedaron sólo Trumbull y Jim Kolb, un ven<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> bonos que trabajaba en la planta <strong>de</strong> abajo. Trumbull no sentía especial simpatía por<br />

Kolb. Volvió a cerrar los ojos y <strong>de</strong>jó escapar un suspiro <strong>de</strong> cansancio cuando el tren<br />

<strong>de</strong>scendió a mayor profundidad para seguir por la vía rápida.<br />

Trumbull advirtió vagamente que el tren se <strong>de</strong>tenía en la estación <strong>de</strong> la calle<br />

Cincuenta y nueve, se abrían las puertas, se volvían a cerrar, y el tren se a<strong>de</strong>ntraba <strong>de</strong><br />

nuevo en la oscuridad, cobrando velocidad para recorrer el tramo <strong>de</strong> casi treinta manzanas<br />

hasta la calle Ochenta y seis. Una parada más, pensó, soñoliento.<br />

De pronto el tren dio un bandazo, redujo la marcha y paró con un chirrido. Pasó un<br />

largo momento. Trumbull se sacudió la modorra y se irguió en el asiento con creciente<br />

irritación, escuchando los crujidos <strong>de</strong>l vagón inmóvil.<br />

—Hay que jo<strong>de</strong>rse —exclamó Kolb—. Hay que jo<strong>de</strong>rse con la línea cuatro <strong>de</strong><br />

Lexington Avenue. —Miró alre<strong>de</strong>dor en busca <strong>de</strong> alguna reacción a su comentario, pero<br />

los otros dos pasajeros, adormilados, no prestaban atención. Luego dio un codazo a<br />

Trumbull, que sonrió débilmente a la vez que pensaba que Kolb era un per<strong>de</strong>dor nato.<br />

Trumbull echó una ojeada al vagón. Vio a una camarera preciosa y a un muchacho<br />

negro con un grueso abrigo y un gorro <strong>de</strong> punto pese a los cuarenta grados a que ascendía<br />

la temperatura <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l tren. Aunque el chico parecía dormido, Trumbull lo observó con<br />

cautela. Probablemente vuelve a casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una ardua noche <strong>de</strong> atracos, pensó. Se<br />

metió la mano en el bolsillo y tocó su navaja. A él nadie iba a robarle la cartera, por más<br />

que en ese momento la llevase vacía.<br />

De repente los altavoces crepitaron y una voz ronca anunció: «Atención, señores<br />

pasajeros. Nos hemos <strong>de</strong>tenido a causa <strong>de</strong> un problema con las señales. En breve<br />

reanudaremos la marcha.»<br />

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