Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
pisado el tercer raíl adre<strong>de</strong>. D'Agosta se preguntó qué podía haber visto un hombre para<br />
actuar <strong>de</strong> ese modo. Fuera lo que fuese, quizá Alberta Muñoz también lo hubiese visto.<br />
Tenía que hablar con ella antes <strong>de</strong> que Waxie lo echase todo a per<strong>de</strong>r.<br />
—¡D'Agosta! —bramó una voz familiar, como si le hubiese leído el pensamiento—.<br />
¿Qué coño haces? ¿Dormir?<br />
Abrió lentamente los ojos y observó el rostro rojo y tembloroso.<br />
—Perdona que te <strong>de</strong>spierte en el mejor sueño —continuó Waxie—, pero tenemos<br />
entre manos una pequeña crisis…<br />
D'Agosta se irguió en su butaca. Recorrió el <strong>de</strong>spacho con la mirada, localizó su<br />
chaqueta en el respaldo <strong>de</strong> una silla, la cogió y empezó a ponérsela<br />
—¿Me oyes, D'Agosta? —dijo Waxie a voz en grito.<br />
D'Agosta apartó al capitán y salió al pasillo. Hayward estaba junto a la mesa <strong>de</strong><br />
seguimiento, leyendo un fax que acababa <strong>de</strong> llegar. Cuando alzó la vista, D'Agosta le hizo<br />
una seña para que se dirigiese hacia el ascensor.<br />
—¿Adón<strong>de</strong> <strong>de</strong>monios vas? —preguntó Waxie, saliendo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos—. ¿Estás<br />
sordo o qué? He dicho que tenemos una crisis…<br />
—Es tu crisis —lo interrumpió D'Agosta—. Resuélvela tú. Yo tengo cosas que hacer.<br />
Cuando se cerraron las puertas <strong>de</strong>l ascensor, D'Agosta se llevó un cigarro a la boca y<br />
miró a Hayward.<br />
—¿Al St. Luke? —preguntó la sargento.<br />
D'Agosta asintió con la cabeza.<br />
Al cabo <strong>de</strong> un momento las puertas se abrieron en el amplio vestíbulo embaldosado.<br />
D'Agosta salió pero se <strong>de</strong>tuvo al instante. Al otro lado <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> cristal, una<br />
muchedumbre alzaba los puños al aire. Se había triplicado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que D'Agosta había<br />
llegado, a las dos <strong>de</strong> la madrugada. Aquella mujer <strong>de</strong> la alta sociedad, la señora Wisher,<br />
estaba <strong>de</strong> pie sobre el capó <strong>de</strong> un coche <strong>de</strong> policía y hablaba acaloradamente a través <strong>de</strong> un<br />
megáfono. Los medios <strong>de</strong> comunicación habían acudido en tropel. D'Agosta veía los<br />
<strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> los flashes y los dispositivos <strong>de</strong> las unida<strong>de</strong>s móviles <strong>de</strong> la televisión.<br />
Hayward le apoyó una mano en el antebrazo.<br />
—¿Está seguro <strong>de</strong> que no quiere bajar al sótano y coger un coche patrulla <strong>de</strong>l parque<br />
móvil?<br />
D'Agosta se volvió hacia ella.<br />
—Buena i<strong>de</strong>a —dijo, y entró <strong>de</strong> nuevo en el ascensor.<br />
El médico <strong>de</strong> guardia los tuvo esperando en las sillas <strong>de</strong> plástico <strong>de</strong> la cafetería<br />
durante cuarenta y cinco minutos. Era joven y adusto, y a juzgar por su aspecto estaba<br />
exhausto.<br />
—Ya le he dicho a ese capitán que ha venido antes que nada <strong>de</strong> preguntas hasta las<br />
seis —advirtió con voz débil y airada.<br />
D'Agosta se puso en pie y estrechó la mano al médico.<br />
—Soy el teniente D'Agosta, y ésta es la sargento Hayward. Encantado <strong>de</strong> conocerlo,<br />
doctor Wasserman.<br />
El médico <strong>de</strong>jó escapar un gruñido y retiró la mano.<br />
—Doctor, en primer lugar quiero asegurarle que no <strong>de</strong>seamos hacer nada que pueda<br />
perjudicar a la señora Muñoz.<br />
El médico asintió con la cabeza.<br />
—Y eso sólo usted pue<strong>de</strong> juzgarlo —añadió D'Agosta.<br />
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