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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

—¡Jo<strong>de</strong>r! —dijo Carlin con tono <strong>de</strong> aprobación, abriéndose paso hacia ella.<br />

La oscuridad era ya absoluta. A menos que consiguiesen luz, estaban perdidos. Sin<br />

pérdida <strong>de</strong> tiempo, Hayward buscó a tientas una bengala en su cinturón, la levantó y tiró<br />

<strong>de</strong>l cordón <strong>de</strong> encendido. El túnel quedó bañado por una fantasmagórica luz anaranjada.<br />

Atónita, Hayward contempló las figuras que forcejeaban alre<strong>de</strong>dor. Se hallaban<br />

acorralados por un gran número <strong>de</strong> topos. Oyó un chasquido y vio aparecer otra luz junto<br />

a ella. Al menos Carlin conservaba la suficiente presencia <strong>de</strong> ánimo para seguir su<br />

ejemplo.<br />

Hayward alzó la bengala sobre su cabeza y observó la situación, pensando cómo<br />

reorganizar la patrulla. No veía a Miller por ninguna parte. Recogió el escudo, <strong>de</strong>senfundó<br />

la porra y probó a avanzar unos pasos. Dos topos corrieron hacia ella, pero los puso en<br />

retirada con certeros baquetazos. Carlin, vio Hayward <strong>de</strong> reojo, permanecía a su lado,<br />

intimidando a los agresores con su imponente corpulencia y guardándole el flanco con<br />

ayuda <strong>de</strong> su escudo y su porra. Hayward sabía que, en su mayoría, los mendigos <strong>de</strong> los<br />

subterráneos estaban <strong>de</strong>snutridos y débiles a causa <strong>de</strong> la drogadicción. Si bien las bengalas<br />

habían reducido temporalmente la ventaja <strong>de</strong> los topos, el mayor peligro seguía siendo su<br />

superioridad numérica.<br />

Otros agentes se agruparon en torno a ellos dos. Situándose contra una pared, se<br />

atrincheraron tras una barrera <strong>de</strong> escudos. Hayward advirtió que el grupo <strong>de</strong> topos que<br />

los habían atacado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la retaguardia era relativamente pequeño y empezaba a unirse al<br />

grupo principal. La mayor parte <strong>de</strong> los policías rehacían la formación al otro lado <strong>de</strong> la<br />

turba, que avanzaba por el túnel hacia la escalera, gritando y arrojando piedras. La única<br />

manera <strong>de</strong> salir era flanquear a la muchedumbre, obligándolos simultáneamente a subir al<br />

nivel superior.<br />

—¡Síganme! —gritó Hayward—. ¡Llevémoslos hacia la salida!<br />

Esquivando piedras y botellas, guió al grupo hacia el flanco <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la turba. Los<br />

mendigos retrocedieron, y Hayward disparó por encima <strong>de</strong> sus cabezas, dispersándolos.<br />

Menguado ya su arsenal <strong>de</strong> proyectiles, la lluvia <strong>de</strong> objetos comenzó a amainar. Los<br />

alaridos e insultos continuaban <strong>de</strong> manera intermitente, pero su moral <strong>de</strong>crecía, y<br />

Hayward advirtió con alivio que la turba se retiraba en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n.<br />

Se <strong>de</strong>tuvo por un instante para recobrar el aliento y evaluar la situación. Dos policías<br />

yacían en el suelo mugriento <strong>de</strong>l túnel, uno revolviéndose con la cabeza entre los brazos, el<br />

otro al parecer inconsciente.<br />

—¡Carlin! —dijo Hayward, y señaló a los heridos con la barbilla.<br />

De repente se produjo un violento tumulto entre la multitud en retirada. Hayward<br />

levantó la bengala y estiró el cuello para ver la causa <strong>de</strong>l súbito alboroto. Allí estaba Miller,<br />

aislado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> los policías al otro lado <strong>de</strong> la turba. Probablemente había intentado<br />

huir durante el primer ataque y había quedado acorralado por la segunda emboscada.<br />

Hayward oyó un ruido seco y vio aparecer una nube <strong>de</strong> humo, empalagosamente<br />

ver<strong>de</strong> a la trémula luz <strong>de</strong> la bengala. Miller, aterrorizado, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber echado mano <strong>de</strong>l<br />

gas lacrimógeno.<br />

«¡Dios, sólo nos faltaba eso!», pensó.<br />

—¡Las máscaras! —advirtió a voz en cuello.<br />

El gas avanzó lenta y sinuosamente hacia ellos, extendiéndose por el suelo como una<br />

alfombra venenosa.<br />

Hayward se apresuró a colocarse la máscara y se ajustó el cierre <strong>de</strong> velcro.<br />

Al salir <strong>de</strong> la nube <strong>de</strong> humo, agachado y con la máscara puesta, Miller parecía un<br />

alienígena.<br />

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