Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
impresión <strong>de</strong> que no iba vestido con la elegancia que la ocasión requería.<br />
La multitud era muy variopinta: señoras <strong>de</strong> Central Park South y la Quinta Avenida<br />
luciendo trajes <strong>de</strong> Donna Karan y diamantes; banqueros; agentes <strong>de</strong> seguros;<br />
comerciantes, y jóvenes radicales <strong>de</strong> diversas ten<strong>de</strong>ncias siempre dispuestos a reivindicar<br />
la <strong>de</strong>sobediencia civil. Había también adolescentes bien vestidos <strong>de</strong> colegios privados.<br />
Pero lo que más asombraba a Smithback era el número <strong>de</strong> manifestantes. En torno a él se<br />
arremolinaban unas dos mil personas. Y los organizadores, quienesquiera que fuesen,<br />
poseían sin duda influencia política: la autorización les permitía cortar el tráfico en Grand<br />
Army Plaza un día laborable en hora punta. Tras un nutrido cordón policial y filas <strong>de</strong><br />
cámaras <strong>de</strong> televisión, aguardaban inmóviles centenares <strong>de</strong> conductores furiosos.<br />
Smithback sabía que en aquel grupo se concentraba buena parte <strong>de</strong> la riqueza y el<br />
po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Nueva York. Aquella manifestación no podía tomarse en broma, o al menos eso<br />
<strong>de</strong>bían <strong>de</strong> pensar el alcal<strong>de</strong>, el jefe <strong>de</strong> policía y cualquier otra persona <strong>de</strong>l ámbito político<br />
neoyorquino. No era la clase <strong>de</strong> gente que salía a la calle a proclamar sus quejas. Y sin<br />
embargo allí estaban.<br />
La señora <strong>de</strong> Horace Wisher se hallaba <strong>de</strong> pie en una gran tribuna <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />
secuoya, frente a la estatua dorada <strong>de</strong> la victoria erigida en el cruce <strong>de</strong> Central Park South<br />
y la Quinta Avenida. Hablaba por un micrófono, y el potente sistema <strong>de</strong> megafonía<br />
amplificaba su voz clara y firme convirtiéndola en una presencia ineludible. A sus<br />
espaldas se alzaba una <strong>de</strong>scomunal ampliación <strong>de</strong> la ya famosa fotografía <strong>de</strong> su hija<br />
Pamela en la infancia.<br />
—¿Hasta cuándo? —preguntó a la muchedumbre allí congregada—. ¿Hasta cuándo<br />
permaneceremos <strong>de</strong> brazos cruzados viendo morir a nuestra ciudad? ¿Hasta cuándo<br />
toleraremos los asesinatos <strong>de</strong> nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros padres? ¿Hasta<br />
cuándo viviremos asustados en nuestros propios barrios, en nuestras propias casas? —<br />
Miró a la multitud, escuchando el creciente murmullo <strong>de</strong> asentimiento. Al cabo <strong>de</strong> unos<br />
segundos, prosiguió con tono más sosegado—: Mis antepasados llegaron a Nueva<br />
Amsterdam hace trescientos años. Aquí hemos vivido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Cuando yo era<br />
niña, mi abuela me llevaba a pasear al Central Park por las tar<strong>de</strong>s. Mis compañeras <strong>de</strong><br />
colegio y yo regresábamos a casa solas al salir <strong>de</strong> clase cuando ya había anochecido. Ni<br />
siquiera cerrábamos con llave la puerta <strong>de</strong> nuestra casa. ¿Por qué no se ha hecho nada<br />
mientras crecía la <strong>de</strong>lincuencia y la drogadicción en nuestras calles? ¿Cuántas madres<br />
tendrán que per<strong>de</strong>r a sus hijos para que digamos basta?<br />
Se apartó <strong>de</strong>l micrófono, intentando recobrar la serenidad. Un murmullo <strong>de</strong><br />
indignación surgió <strong>de</strong> la multitud. Aquella mujer actuaba con la sencillez y la dignidad <strong>de</strong><br />
una oradora nata. Smithback levantó aún más el casete, presintiendo ya otra noticia <strong>de</strong><br />
primera plana.<br />
—Ha llegado la hora <strong>de</strong> recuperar nuestra ciudad —<strong>de</strong>claró la señora Wisher,<br />
alzando <strong>de</strong> nuevo la voz—. De recuperarla para nuestros hijos y nietos. Si hace falta<br />
ajusticiar a los narcotraficantes, habrá que ajusticiarlos. Si hace falta construir nuevas<br />
cárceles por valor <strong>de</strong> mil millones <strong>de</strong> dólares, habrá que construirlas. Esto es la guerra. Si<br />
no me creéis, consultad las estadísticas. A diario matan a alguno <strong>de</strong> los nuestros. El año<br />
pasado se produjeron mil novecientos asesinatos en Nueva York. Cinco asesinatos al día.<br />
Estamos en guerra, amigos míos, y la estamos perdiendo. Es el momento <strong>de</strong> luchar con<br />
todas nuestras armas. ¡Calle a calle, edificio a edificio, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Battery Park hasta The<br />
Cloisters, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> East End Avenue hasta Riversi<strong>de</strong> Drive, <strong>de</strong>bemos recuperar nuestra<br />
ciudad!<br />
El murmullo <strong>de</strong> indignación iba en aumento. Smithback advirtió que se habían<br />
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