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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

Debía construirse a imitación <strong>de</strong>l castillo galés <strong>de</strong> Caernarvon, que Flyte había intentado<br />

en vano comprar. Al final se impuso la cordura, y Flyte fue <strong>de</strong>stituido <strong>de</strong>l cargo cuando<br />

sólo se había terminado la torre central <strong>de</strong> su fortaleza. En la actualidad piedra angular <strong>de</strong><br />

la fachada surocci<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> la institución, la Torre se usaba básicamente para almacenar<br />

las inagotables colecciones <strong>de</strong>l museo. También era, según había oído Brambell, el lugar <strong>de</strong><br />

encuentro <strong>de</strong> los empleados <strong>de</strong>l museo con gustos más macabros.<br />

La oscura sala <strong>de</strong> aspecto catedralicio que constituía la base <strong>de</strong> la Torre estaba vacía,<br />

y sus pisadas resonaron mientras atravesaba el suelo <strong>de</strong> mármol en dirección a la salida <strong>de</strong><br />

personal. Saludó al vigilante con la cabeza y salió a Museum Drive, notando el aire<br />

húmedo <strong>de</strong> la noche. A pesar <strong>de</strong> la hora, la cercana avenida seguía concurrida <strong>de</strong> gente y<br />

taxis. Se apartó unos pasos <strong>de</strong>l edificio y contempló la Torre con admiración. Por más<br />

veces que la viese, nunca se cansaba <strong>de</strong> mirarla. Alzándose a más <strong>de</strong> cien metros, coronada<br />

<strong>de</strong> almenas en forma <strong>de</strong> colmillos, en días <strong>de</strong>spejados su sombra se proyectaba hasta la<br />

calle Cincuenta y nueve. Aquella noche, blanquecina bajo la pálida luna, parecía alterada,<br />

llena <strong>de</strong> fantasmas.<br />

Finalmente, con un suspiro, se puso en marcha, dobló la esquina <strong>de</strong> la calle Ochenta<br />

y uno y, <strong>de</strong> nuevo tarareando, se alejó en dirección oeste, hacia el Hudson y su mo<strong>de</strong>sto<br />

apartamento. A medida que avanzaba, la calle se tornaba gradualmente más sórdida y se<br />

reducían los transeúntes. Pero Brambell caminaba con paso enérgico, ajeno a todo,<br />

respirando el aire nocturno. Soplaba una agradable brisa, fresca y tonificante, i<strong>de</strong>al para<br />

una noche veraniega. Cenaría un bocado, lavaría rápidamente los platos, tomaría un <strong>de</strong>do<br />

<strong>de</strong> whisky y en una hora estaría entre las sábanas. Como <strong>de</strong> costumbre, se levantaría a las<br />

cinco <strong>de</strong> la mañana; era uno <strong>de</strong> esos afortunados que apenas necesitaban dormir. Para un<br />

forense era una gran ventaja pasar con unas pocas horas <strong>de</strong> sueño, sobre todo si <strong>de</strong>seaba<br />

llegar a lo máximo en su profesión. Incontables veces había sido el primero en llegar al<br />

lugar en que se había cometido un crimen importante, y sólo por el hecho <strong>de</strong> estar<br />

<strong>de</strong>spierto cuando todo el mundo dormía.<br />

Aquella zona era aún más sórdida, y sin embargo se hallaba a sólo una calle <strong>de</strong><br />

Broadway y las concurridas pana<strong>de</strong>rías, librerías y tiendas <strong>de</strong> comida preparada. Brambell<br />

pasó ante la hilera <strong>de</strong> <strong>de</strong>crépitas casas <strong>de</strong> piedra, subdivididas ahora en pequeños<br />

apartamentos. Un grupo <strong>de</strong> borrachos inofensivos mataba el tiempo en la otra esquina.<br />

Al llegar a la mitad <strong>de</strong> la manzana, advirtió <strong>de</strong> reojo un movimiento en el oscuro<br />

hueco <strong>de</strong> la escalera que bajaba al sótano <strong>de</strong> un viejo edificio. Apretó el paso. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>l<br />

oscuro hueco subía un nauseabundo olor, muy intenso incluso para Nueva York. Al oír<br />

que algo avanzaba rápidamente por la acera tras él, metió la mano <strong>de</strong> modo instintivo en<br />

la cartera en busca <strong>de</strong>l bisturí que siempre llevaba. Al cerrarse sus <strong>de</strong>dos en torno al frío<br />

mango ergonómico <strong>de</strong>l bisturí, apretó los labios. No estaba asustado; lo habían asaltado<br />

tres veces, una a punta <strong>de</strong> pistola y dos amenazándolo con un cuchillo, y sabía<br />

exactamente cómo manejar aquellas situaciones. Sacó el bisturí <strong>de</strong> la cartera y se dio media<br />

vuelta, pero no vio nada. Desconcertado, miró alre<strong>de</strong>dor por un momento, hasta que un<br />

brazo le ro<strong>de</strong>ó el cuello y lo arrastró a la oscuridad. Supuso —con una objetividad<br />

sorpren<strong>de</strong>nte en aquellas circunstancias— que era un brazo; tenía que ser un brazo, y sin<br />

embargo parecía resbaladizo y muy fuerte. Casi inmediatamente <strong>de</strong>spués notó una<br />

extraña sensación <strong>de</strong> presión en la garganta, justo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la nuez. Sí, ciertamente era<br />

una sensación muy extraña.<br />

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