Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel
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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />
mamparas <strong>de</strong> cristal, y acariciaba el cigarro que llevaba en el bolsillo <strong>de</strong> la camisa con la<br />
vista fija en el montón <strong>de</strong> informes relacionados con la inmersión en el río Humboldt. En<br />
lugar <strong>de</strong> cerrar un caso, <strong>de</strong> pronto tenía dos, y ambos abiertos <strong>de</strong> par en par. Como <strong>de</strong><br />
costumbre, nadie sabía nada, nadie había visto nada. El novio <strong>de</strong> la víctima se hallaba<br />
postrado <strong>de</strong> dolor y no servía como testigo. El padre había muerto hacía meses. La madre<br />
era tan distante y poco comunicativa como una diosa <strong>de</strong> hielo. D'Agosta frunció el<br />
entrecejo; el asunto <strong>de</strong> Pamela Wisher se le antojaba un cargamento <strong>de</strong> nitroglicerina.<br />
Apartó la mirada <strong>de</strong> los informes y la posó en el letrero <strong>de</strong> PROHIBIDO FUMAR colgado<br />
frente a la puerta <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spacho. Su expresión se hizo aún más ceñuda. Aquel cartel y<br />
una docena como aquél habían aparecido en la comisaría la semana anterior.<br />
Sacó el cigarro <strong>de</strong>l bolsillo y le quitó el envoltorio <strong>de</strong> plástico. Al fin y al cabo,<br />
ninguna norma le impedía mordisquearlo. Lo hizo girar con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za entre el pulgar y el<br />
índice por unos segundos, observando la envoltura con mirada crítica. A continuación se<br />
lo llevó a la boca.<br />
Permaneció inmóvil por un momento. Finalmente, lanzando un juramento, abrió <strong>de</strong><br />
un tirón el cajón superior <strong>de</strong> su escritorio y revolvió el contenido hasta dar con una cerilla<br />
<strong>de</strong> cocina, que encendió frotándola contra la suela <strong>de</strong>l zapato. Acercó la llama a la punta<br />
<strong>de</strong>l cigarro y se recostó en la silla, escuchando el suave crepitar <strong>de</strong>l tabaco mientras<br />
inhalaba el humo y lo expulsaba lentamente por la nariz.<br />
Sonó el penetrante timbre <strong>de</strong>l intercomunicador.<br />
—¿Sí? —contestó D'Agosta. No podía ser ya una queja. Acababa <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>rlo.<br />
—¿Teniente? —dijo por el aparato la secretaria <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento—. Tiene una visita.<br />
La sargento Hayward.<br />
D'Agosta gruñó e irguió el tronco.<br />
—¿Quién?<br />
—La sargento Hayward. Dice que ha venido a petición suya.<br />
—Yo no he hecho llamar a ninguna sargento Hayward…<br />
Una mujer uniformada apareció en la puerta abierta. Casi por instinto D'Agosta tomó<br />
nota mentalmente <strong>de</strong> sus rasgos más <strong>de</strong>stacados: pequeña, <strong>de</strong>lgada, pechos gran<strong>de</strong>s, pelo<br />
negro azabache en marcado contraste con su tez pálida.<br />
—¿Teniente D'Agosta? —preguntó. Parecía imposible, pensó D'Agosta, que una voz<br />
tan grave surgiese <strong>de</strong> un cuerpo tan menudo.<br />
—Tome asiento —dijo, y observó a la sargento mientras ocupaba una silla, ajena en<br />
apariencia a la irregularidad <strong>de</strong> la situación, como si fuese absolutamente normal que un<br />
subordinado irrumpiese en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> un superior cuando le venía en gana—. No<br />
recuerdo haberle pedido que viniese, sargento.<br />
—No me lo ha pedido —respondió Hayward—. Pero estaba segura <strong>de</strong> que <strong>de</strong>searía<br />
verme.<br />
D'Agosta se reclinó contra el respaldo y aspiró lentamente el humo <strong>de</strong>l cigarro.<br />
Primero la <strong>de</strong>jaría exponer el motivo <strong>de</strong> su visita y luego le apretaría las clavijas. D'Agosta<br />
no era muy estricto en cuestión <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nanzas, pero abordar a un oficial <strong>de</strong> mayor rango<br />
<strong>de</strong> aquel modo estaba fuera <strong>de</strong> lugar. Se preguntó si alguno <strong>de</strong> sus hombres se habría<br />
propasado con ella en los archivos o algo así. Ya sólo le faltaba eso: una <strong>de</strong>manda por<br />
acoso sexual entre manos.<br />
—Quería hablarle <strong>de</strong> los cadáveres que encontraron en la Cloaca —anunció<br />
Hayward.<br />
—¿Qué tiene usted que ver con eso? —saltó D'Agosta con súbita <strong>de</strong>sconfianza. En<br />
teoría los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> ese caso se mantenían en el máximo secreto.<br />
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