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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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saber la causa.

Para esos menesteres tan incompatibles de

dormir y vigilar, disfrutaba yo en invierno de

una decente provisión de viejas mantas

maragatas, porque, una vez que don Gaspar

se iba a su guardilla, ningún fuego podía

quedar encendido. Tenía la bacinilla siempre a

mano, una, por el frío; dos, porque no

teníamos letrina —de día hacíamos aguas

menores en el orinal y mayores en el huerto

de algún paisano—; y, tres, porque el suelo

estaba plagado de cepos para ratones. Sobre

estos me tenía bien advertido el ama

Gumersinda.

—¿E ti sabes ónde estivo a tua ánima antes de

caerche no corpo? ¿Quén che dí que non

fuches rato ou toupa?

Menudo aprieto el mío. Si dejaba los cepos

armados, algún pariente, ido o por venir,

podría terminar despanzurrado; y si no, los

ratones se comerían los libros de don Gaspar.

Le di solución al dilema contando hasta cien al

acostarme, que no es cuenta a la que todo el

mundo sepa llegar. Si me dormía antes de

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