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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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aquella mundana, una diabla con mohines de

yonofui. Me abochorna que todo mi afán se

ciñera a ser el almohadón de su estrado, el

escabel de su pedicura, la muñeca con lacitos

de una vitrina suya. Como decía una tirana de

moda, ser como un perro de agua, que los

enseñan a que busquen, y al fin los hacen que

traigan...

Presunción, mezquindad, insensatez, frivolidad

ciega. Cargos que me hacían reo del asesinato

de don Antonio Valtrueno. Yo era un parricida.

—¡Un maldito de los hombres! Y de Dios si lo

hay... —me sentencié en voz alta, machacando

con rabia el fondo vacío del almirez.

—¡Deixa os berros! —me regañó Morceguiño.

Llorando, entreví al mosén adelantarse en

descubierta. Abriendo y cerrando la pantalla de

una linterna flamenca, nos avisaba de cuándo

avanzar. Así, entre las sombras del crepúsculo

de la madrugada, subimos por la Barrera y

cruzamos con mucho ojo la Angosta de San

Andrés hasta que, en un esquinazo, el cura

nos contuvo. A la vuelta estaba la librería.

—¡Sujetaos el tricornio, compañones, que el

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