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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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valenciano de que alterase el buen orden

exigido en el teatro de Puerta Real.

El concejo tenía dictado que nobles y plebeyos

acudieran a las funciones de Setaro con peluca

o con su pelo natural, sin cubrirse con gorros

ni redecillas. Tampoco se permitía el tabaco de

humo en la casa de comedias ni en su acceso,

ni podían silbarse ni ser vitoreados los lances

de la obra. Al infractor con blasones o

doblones se le expulsaría; y al muerto de

hambre se le ofrecería una pernocta en la

cárcel del Parrote, para que tuviera donde

caerse muerto por lo menos una noche. Todo

con derroche de política y compostura, como

los tiempos que corrían y el talante de quienes

los presidían. Para que se cumplieran los

reglamentos de policía de comedias, un retén

de la Milicia Urbana —panaderos y sastres con

ansia de galón— vigilaba a los que entraban, a

los que vendían refrescos y a los mirones.

La tarde de aquel día de Carnaval del que les

hablo se representaba, entre otros

entretenimientos, La Serva Padrona, del

maestro Pergolesi. Imagino a sus mercedes al

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