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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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sentencié.

Y hubiera sido buena sentencia de no haber

resbalado yo en las baldosas enjabonadas,

provocando con ello la general carcajada. Una

fregona, ocupada en coquetear con un

zanguango sin oficio, acababa de volcar un

balde.

—No quiero de ti más que un volatín, gañán.

No te pagaré por hacer reír... —y Setaro,

divertido, se retorció un cabo del mostacho.

A gatas, y aprovechando la pausa que provocó

el jolgorio, me llegué hasta el empresario, que

me esperaba en la puerta de platea.

—¿Por qué te arrastras, Yago? Al contrario,

has de volar. ¡Quiero que vueles!

Y así me llevó hasta la boca del escenario y me

presentó a sus hijas, Anna, Giovanna y

Raffaella, bailarinas de la compañía; ésta era,

literalmente, una gran familia, pues reunía

también a sus hijos, nueras y yernos, amén de

su señora esposa. Es el momento de

explicarles que Setaro ponía en práctica con

empeño un refrán que dice tetas y sopas no

caben en la boca, por lo que, si se metía en

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