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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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maliciosa y sonriente, al ejecutor. Ignorante de

lo que venía a decirle, al borracho siniestro y

rijoso se le iluminó el semblante, y se relamió

los labios que no tenía.

—Tú no me conoces —le dijo ella en gallego—.

Pero yo te conozco a ti y a los que contigo

van. Tú los cuelgas de una soga y ellos se

cuelgan de ti.

No bien lo hubo sentenciado con aquella frase

agorera, el verdugo se llevó las manos al

pecho y cayó fulminado, exhalando un grito

que congeló los corazones de los concurrentes.

La moza Gumersinda, sonriendo con malicia,

disfrutó de un espectáculo vedado a los

mortales que no eran como ella. Los

fantasmas de todos los reos que el matarife

exterminó se descolgaron de sus miembros

lacios, a los que habían vivido aferrados. Es

verdad que le habían hecho más pesada la

cruz que cada mortal carga encima, pero

también le ayudaron, halando desde el Otro

Lado, a ahorcar a otros.

Suspendidos en el aire, unos lívidos y otros

azules —según cómo el verdugo les hubiera

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