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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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llenaba los vasos de la concurrencia más

talluda, todos acababan coreándolas entre

risotadas y picardías. Una vez, el padre

Verboso me oyó cantar ese villancico. Lejos de

reprenderme por ello, me enseñó un pareado

betanceiro: Plantei jarbanzos na raiña do cú /

E nunca vin jarbanzos de tal manitú.

No me atrevería a decir cuál de las dos rimas

era peor; pero les juro que tardé en disfrutar

otra vez de los potajes. Y, dicho esto, retomo,

sin más deriva, el rumbo marcado, que es el

fin de las indecencias del padre Ramón

Verboso en la plateada bahía gaditana.

Como el sacerdote se crecía en vanidad ante el

éxito de su pulcro apostolado, acabó por

salpicar en el bidé que no debía, que fue el de

la barragana mestiza de un indiano poderoso.

Su dueño la había importado justamente de

Cumaná, como el tabaco Verino. La parda, que

respondía a la gracia de Micaela, era de esas

mujeres que enajenan a los hombres de puro

deseo imposible de remediar, y que, a

mayores, les revientan la voluntad como se

revienta un pulpo al mazarlo. Así la recordaba

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