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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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en la Cárcel del Rey corrió como la pólvora, de

modo que la mitad de los que andaban fuera

quería estar dentro. A la gente principal de La

Coruña no le llegaba la camisa al cuello,

temerosa de que, con tal de caer en el Edén

penal de mi padre, se cometieran en la ciudad

más fechorías que en todo el Reino de Galicia.

Los únicos que amanecían con presteza y

anochecían con una sonrisa eran los lenceros,

que no daban abasto para empapar los

sudores fríos de tanto juez, fiscal y leguleyo

sobrecogido por las nuevas que llegaban del

Parrote.

—¡No es de ley que tengamos que venir ahora

a hacer justicia! —clamaban los togados—

¡Cuándo se ha visto tal cosa!

—¡Ah, tiempos inclementes!, en los que un

hombre de leyes ha de ganarse el pan en los

tribunales —gruñían como cebones en San

Martín.

—¡San Raimundo de Peñafort nos ampare! —

plañían.

Se encomendaban los picapleitos a su patrono

porque a ningún malhechor le pareció cosa de

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