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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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y los aliviara con caricias y besos. Bien puedo

decir, sin que suene a jactancia, que el tiempo

que yo anduve trepando por la soga, ella lo

gastó subiendo a mi cucaña. No crean que me

olvidé de Juana; no fueron pocas las veces

que llamé a la italiana por el nombre de la

polaca. A ella no le importaba, debía de tener

costumbre de que la tomasen por una hoja en

blanco, para que cualquier fulano dibujase en

ella sus fantasías.

Y así, entre calvarios y glorias, llegó la tarde

de abrir el teatro y, con ello, la hora de alzar el

telón. De perogrullo, dirán vuecedes, al abrirse

una cosa, álzase la otra, al revés de la mujer

liviana, que primero alza y luego abre. Pero ya

verán que no hablo de telones por necedad.

El día del estreno, la Casa Teatro de la Florida

mostraba su cara alba adornada con los

pendones del Borbón y los del Reino de

Galicia. El concejo hilvanó la calle con

gallardetes blancos, rojos y azules y mandó

que la tierra fuera apisonada y rastrillada.

También se pagaron velas a Santa Bárbara

para que no lloviera. Yo asistía al suceso desde

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