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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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que no salía de mi interior— ¡E vai ben

regado!

Había gritado sin caer en la cuenta de que el

propio callejón, y otros que salían a

Panaderas, eran vía de paso de todo putañero

de intramuros. Trastornado por el miedo, no

tuve la precaución de ir más adentro en mi

madriguera. En consecuencia, al quedarme

cerca de la salida, me vi orinado de repente

por uno que volvía de putear. Dicen que mear

después de folgar previene las bubas y que,

por eso, las calles de puterío están casi

siempre en cuesta, para que no se estanquen

los orines. Aquel ¡Agua va! me valió para

retomar la vigilancia. Así vi venir al cabo

Armengol Santabárbara.

El granadero se acercaba a la cadencia de un

Vía Crucis de risotadas, besos y magreos.

Venía de picos pardos, abrazado a una

cantonera gallarda, que traía el moño

desmoronado y, en la vejiga, sus buenas

azumbres de peleón. Armengol se empeñaba

en que también se le empaparan los pechos,

pues, tantas veces como ella se los remetía, él

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