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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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¡Faltaría más! ¿Acaso no venía su guardarropa

en derechura desde París sin que, entre

remesa y remesa, agotáramos un trimestre?

¡Menudo tole tole la primera vez que se bajó

de una silla de mano para entrar en una

mercería de Rego de Auga! Flameaba como

una pepita de oro en un estercolero. Ahí

mismo decidió el indiano que tomara lecciones

de todo aquello que la sacara de la calle, si me

permiten sus mercedes la expresión.

Con tales preámbulos, mi mentor, noble e

inocente como un Héctor, no tuvo mejor

ocurrencia que meter a un Paris verraco —yo

mismísimo, a mis casi dieciséis— en el palacio

de aquel Menelao vizcaíno y de su Helena

polaca. Súmenle a ello el resentimiento por lo

de Lobo, guardado —como ya les anuncié— en

un desván de mi memoria, y tendrán la

tragedia completa.

Así que allá nos fuimos don Gaspar y yo, a la

calle de San Andrés, donde el vascongado

tenía su palacete. El indiano había prosperado

en Cartagena de Indias, donde fue agente de

la Compañía Guipuzcoana. Allí mandó levantar

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