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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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—¿Holandés? —se rió— Eu son de Mugardos,

babiolo.

El flagelo paró, pero no los ayes. Todos me

miraban. Calibré que merecía la pena perder el

cigarro y no las monedas e hice como que yo

le convidaba. Sonreí y seguí andando.

Embarqué en la chalana que nos había traído y

remé de vuelta. Los azotes, cadenciosos como

latidos, restallaron de nuevo.

A partir de ese día, Yago Valtrueno dejó de ser

un pilluelo de La Pescadería para acceder a

mancebo de contrabandista. Con el tiempo,

dejé de suspirar por las galletas de la Viuda de

Sardá para aficionarme a vicios mayores. Eso

sí, en cuanto pisé tierra de nuevo, salí a correr

como si la pastelería fuera a desvanecerse.

Pensaba que doña Pilar tendría que darme

trato de usía y el almendrado más grande de

toda la pastelería. Y, a mayores, las gracias

por no perjudicarla quejándome de su trato

ante mis nuevos protectores.

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