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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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ascos a los mohines y zalamerías de una joven

mundana. Le encajaba como un guante la

sentencia con la que una puta del Véneto

condenó a Rousseau a la abstinencia:

«Juanito, olvídate de las mujeres y estudia

matemáticas».

—Es verdad que le sobran el dulce en la

mirada y el salero en el ademán. Y que tiene

más mundo que unas sábanas venecianas,

que, de tanto arrugarse y orearse, en todo

están, lo mismo a las voces del mediodía que a

los susurros de la medianoche. Pero cultura,

¡ay, Cultura!, de eso tiene la madama un

barniz mal dado. ¡Más le vale a la señora

bachillera que lo extienda bien!

Imagínense mi desesperación cuando me di

cuenta de que, por culpa de tan picajoso

maestro, no volvería yo a pisar el patio de

mármol ni los salones espejados de la Casa

Estopiñán. Hoy creo que al buen hombre no le

faltaba razón. Juana era señora, aunque más

por los caudales de su esposo que por el título

de su abuelo. Pero yo, ese día, ni podía ni

quería verlo, y me enfadé con don Gaspar:

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