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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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alabastro.

El pirata inglés, rey de las piezas negras, no

levantaría del suelo más allá de mi cintura; la

blanca defensora de Coruña por ahí le andaba.

No crean sus mercedes que eran niños, sino

dos mujeres y treinta hombres a los que la

Vida les gastó la broma de no dejarlos crecer.

Treinta y dos almas vestidas con harapos,

sonrientes a la fuerza. Treinta y dos enanos

borrachos y vacilantes. ¿De dónde los

trajeron? Del hambre, ¿de dónde iba a ser?

Unos pocos eran nuestros, yo los conocía. Pero

al resto lo habría mandado sacar Agustín de

entre la muchedumbre famélica que penaba

en las calles.

Aquellas pobres almas —lerdas algunas,

tullidas otras, hambrientas todas— empuñaban

trincheros y espetones de las cocinas y

espadines y medias picas de las panoplias que

adornaban las paredes de la mansión. Agustín

de Estopiñán y su hatajo de cabrones,

podridos de dinero y vicio, movían a los

enanos a su voluntad por aquel tablero de

ignominia, obligando al caballo a cocear a las

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