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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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vivía a la sombra de los baluartes se apartaban

al verlo. Sus melibeas se le juntaron con risas

y picardías cuando principiaba la Carretera de

Castilla, malamente protegida del mar en

aquella parte por un pretil ruinoso.

Al llegar todas juntas al galpón de la Palloza

que ya conocen sus mercedes, el cura sableó a

Fonollosa para agradecer el servicio a las

putas. Pero, tal y como les pasó a ellas, el

catalán se dio por liquidado al ver las pintas de

alcahueta sobarrosarios de su compinche, por

lo que aflojó la mosca con una alegría que

dejó boquiabierta a la concurrencia.

Don Gaspar y el ama ya estaban allí; el

escribano y el rapaz, temerosos, también. Y

desde luego, Morceguiño y yo, que aún no

había recuperado el sentido. A ambos nos

aliviaron de nuestras ropas atufadas de

estiércol, aunque con tanta peste a sardina no

se habían hecho notar. Gumersinda tisaneaba

y el librero, despierto, mostraba su derrota.

Aún así, le pidió al cura un pedazo de papel y

algo de tinta.

—¿No estaréis pensando en hacer testamento?

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