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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Del susto, primero pensé en huir, pero, con

algo más de sentido común, concluí que, si el

daño ya estaba hecho, fuera el que fuere,

mejor me pegaba a la espalda de la cómica y

regresaba al sueño. Un tironcillo en la

entrepierna me indicó que, de dormir, ¡nanai

de la China! Cuando la italiana sintió que yo le

hacía palanca, se dio la vuelta y, con la

lengua, me pulió la campanilla. Después le

puso la vaina al sable. Si los demás se dieron

cuenta del trajín, fingieron como lo que eran.

Cuando volví a despertar, estaba solo. En la

alfombra habían dejado una botella de agua

del Etna, una cafetera y un buen cigarro. Mi

primera soldada. A ella debió de gustarle lo

que hice y a ellos lo que vieron.

Y dicho esto sin más pinceladas, llega la hora

de que conozcan sus mercedes la índole de

aquella acrobacia que me propuso Setaro y de

qué modo me impulsó más lejos de lo que

nunca hubiere imaginado yo.

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