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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Tampoco veo yo corderos; ellos son lobos... ¡Y

nosotros leones!

Descubrí que tenía el mosén la bendita

cualidad de darme el pie que más convenía a

mis intenciones. Porque fue decir eso y

lanzarle yo al granadero la mano del almirez.

Muy a tiempo, el cabrón pretendía recuperar la

pistola. Quiso la fortuna —y una mocedad

entera de batallas a pedradas— que se la

estampara en la sien, haciéndole más daño

que un buey por un tejado.

—¡La primera en la frente!, le dijo David a

Goliat —fue el grito de guerra del mosén—

¡Chúpate esa, felón!

—Es la segunda, cura —protesté yo— ¿O no

ha visto al tuerto en la puerta?

Y así empezó una gresca que no fue de

burlillas, sino muy a toca ropa. No vayan a

buscarla en los anales de La Coruña: mis

enemigos la silenciaron para que su vergüenza

no llegase a tertulias, alamedas y mesas de

trucos.

Al darse cuenta de las trazas que llevábamos,

el Wert chilló como un porco en San Martiño.

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