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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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empujan a dar vueltas en ellas como atún en

almadraba.

La culpa de mis quimeras la tenía el ama

Gumersinda, que le llenaba el caletre de

cuentos a uno que nació con el gusto por

ellos. En eso fue más poderosa que don

Gaspar y su legión de humanistas. El ama vino

al mundo en el lugar de San Nicolás de Cines,

muy cerca de las ruinas de una rectoral, donde

cuentan que hubo un monasterio de hombres

y mujeres juntos. La vieja me decía que allí se

gozó a diario, y no por encontrarse monjes y

monjas en gracia de Dios, sino en la del

mismísimo Furfur, el Gran Conde de los

Infiernos que causa el desenfreno entre

hombres y mujeres. Aún puede verse, entre

las ruinas, un corro de piedras abolladas,

alguna quebrada: fueron el asiento triste de

los ángeles de la guarda de quienes vivían allí.

Negrísimos conjuros los expulsaban del

cenobio al anochecer, anegándolos en un

llanto sin consuelo. Tanta era su pena, y tan

agotador el llanto, que terminaban sentados

en las piedras hasta que las estropeaban con

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