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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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estragadas las agallas con el tabaco de humo.

Armengol se ensalivó los dedos, descapulló el

tabaquito y se metió la pava en el bolsillo. Me

miró, se lo pensó mejor y me la tendió.

—¿Te hace o no te hace, xiquet? —me soltó.

—¡Vaya si me hace! —y quise cogerla con

avidez.

—Digo el negocio —y retiró la colilla.

Hacerme no me hacía, pero miré de reojo las

vitrinas de la viuda de Sardá y, medio

sonrojado, le pregunté con gallardía infantil,

casi rayana en el heroísmo.

—¿Tendré que llevar tirabuzones?

—Bastará una cofia.

Se caló la cuartelera y soltó una carcajada que

me pareció el estallido de una granada. Luego

tiró la colilla al suelo. Me lancé a por ella y

soplé, quitándole el polvo y avivando la

chicharra. Aún le saqué sus dos o tres buenas

caladas. Tómenlo a guisa de moraleja: así se

arrastra un hombre por satisfacer sus vicios.

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