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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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unas guedejas, como al desgaire, con las que

acentuó mi continente de sirvienta apurada. Y

en eso no fingía, en verdad lo estaba: si

descubrían el engaño, acabaría acompañando

a mi padre en el penal de la Ciudad Alta.

La cofia, sujeta con un lacito por debajo de la

barbilla, era gris, como la saya y la camisa; y

la capita era negra, como los zapatones de

hebilla, que me venían justos. Me cubría las

manos con unos guantes de piel gastada,

como regalados de segundas por alguna dama

caritativa; me hacían falta, porque mis manos,

arañadas por las travesuras y con una uña

amoratada, no pasaban la mínima revista. No

quité los ojos del mandil que remataba mi

modoso aspecto, y no por precaución, sino

porque estaba acostumbrado a los de don

Gaspar, manchados de tinta y cola de

encuadernar, y a los de las hijas de doña Pilar,

pegajosos por las costras de leche, cacao y

azúcar. Aquel, en cambio, era blanco y sin

lamparones.

—Si hubieses nacido niña, serías una guapa

moza. O eso, o es que soy un gran

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