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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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episodio del contrabando de plata?, ¿qué

bandera izaba la goleta aquella?, ¿no era

acaso de las Provincias Unidas? Lo que yo les

decía: aquel mosén camandulero predicaba,

pero no con el ejemplo. Su fe no era en Dios,

sino en su propia conveniencia. Y su miedo no

era al Infierno, sino a perder las herramientas

para satisfacer sus vicios.

El cura tomó una piedrecita de azúcar, la mojó

en su vaso de agua y se la metió en la boca,

donde procedió a triturarla con notable

satisfacción. Bebió otro buchito y,

morosamente, se llevó la jícara a los labios,

cerrando los ojos y abriendo sus ollares de

buey a lo que le daban. La mancerina del

mosén era distinta a las otras: tenía un resorte

en el plato que abría los pétalos de la

nacarada flor. Al posarla de nuevo, el loto se

cerraba y mantenía el chocolate caliente y a

salvo de moscas náufragas.

—Ben podesme crer, Santiaguiño, si che digo

que aínda bebí en cuncas máis axeitadas que

esta que teño na má.

Me figuré, por lo que decía, que el mosén

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