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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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teatro, ceñidas las sienes con laurel y cubierto

su corpachón con una toga, mientras Coruña

ardía tal y como ardió la Roma de Nerón.

Es verdad que se elevaba de la concurrencia

un sinfín de columnitas de humo. Si los

varones querían regalarse unas caladas,

debían darlas en la calle, pues dentro no

dejaban: unos cartelones mandaban Silencio y

no fumar. Al entrar, muchos de ellos

cambiaban los cigarros por el tabaco en polvo,

siempre, claro está, que no molestaran al

estornudar. Eso valía también para las damas,

que lo tomaban en grandes cantidades.

Algunas se bajaban de la litera con el pañuelo

en la nariz, y no sólo por el tufo a

muchedumbre, sino por disimular una

pulgarada. Todos mis paisanos, con

independencia de su género, eran grandes

tomadores de polvo de tabaco, que han venido

hogaño a cambiar por el de humo. Ya lo puso

por escrito la pluma afilada y venenosa de

Juan de Iriarte:

Más contribuyen al Rey

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