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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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goloso y sablista.

—Tú, por entonces, sólo querías almendrados

y, después, licores y cigarros. Te tomabas el

crimen a fiesta y tararira. Mal hecho: para ser

maleante, uno tiene que saber dónde se mete.

Y tú entraste jugando. Verbigracia, nunca

supiste para quién trabajabas...

—¡Sí que lo sabía! Para su merced y para

Armengol.

—Inocente —me sentenció.

Así supe que el cura y el granadero eran

argollas de una larga cadena. Y que los

eslabones más fuertes estaban —están y

estarán— hechos de hidalgos, de mercaderes,

de abades, de obispos y de oficiales de toda

ralea que, complicados entre sí, se pasan los

bandos de su rey por el tiro del calzón. Ellos

son los verdaderos contrabandistas, y no yo.

Gente a la que protegen sus fueros de

privilegio, distintos a las leyes dictadas para el

resto, ese resto que pecha con las obligaciones

y tributos que a los aforados no se les

demandan.

Las cabezas de los pecheros son las que

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