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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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se disfrazan de soldado; por ese lado, estate

tranquilo. Cargo con la mitra y la granadera

para disimular otros negocios, más prósperos y

menos equívocos. La milicia da para comer

caliente una vez al día, pero no para salir de

pobre.

Debí de relajar el gesto, porque sonrió con

malicia y me guiñó. Calló un momento y se

concentró en estregar el tabaco haciendo

molienda con las manos.

—¿Estás al tanto de que atracó una goleta con

pabellón de las Provincias Unidas?

—¡Pues claro! —me ofendí—. Siempre llevo la

cuenta, menos cuando hay temporal, que no

se puede.

—Bien hecho. Algo sacarás de los que

desembarcan, ¿no? —me volví a encoger de

hombros— Bagatelas, como si lo viera. Yo, en

cambio, te hablo de buenos dineros. Y fáciles,

siempre que cumplas las órdenes que yo te

dé.

—¿Como para hartarme de almendrados?

—¡Menuda tema la tuya! —el militar resopló—

Te hartarás de almendrados, si eso quieres.

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