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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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hambriento y también, tal y como les avancé,

conocí el hambre del cuerpo.

No me lo tomen como presunción si les digo

que era un mozo guapo, al que no le faltaron

dijes con los que adornar su dedo sin uña.

Incluso si, por un acaso, coincidieran ahora

conmigo en un café o en una botillería, no les

parecería un talludo monstruoso, al estilo del

contrahecho Vulcano o del mismísimo conde

de Aranda, al que tanto poder no alivió de su

bizquera ni de tener las encías desalmenadas.

Que las damas me disculpen, pero he de

confesar a sus mercedes que aún era lampiño

cuando aprendí a quitarle la capucha al fraile,

ya me entienden. Aunque no digo con ello que

me demorase en alivios solitarios, recurso de

timoratos, marineros sin grumete y ermitaños

rendidos. Desde que dejé de comer

almendrados preferí, y eso me dio ventaja,

una fea cierta a una bella imaginada. Puestos

en lo peor, hacía como el Diablo en los

aquelarres, que da a las guapas por delante y

a las picios por detrás.

Ya ven que no nací para caballero andante,

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