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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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—¿Hasta dónde recuerdas? —el cura se frotó

las mejillas.

—Pueeeeeees... Usted y Morceguiño andaban

acunándose como un par de tortolitos —aún

sin tener ganas ni motivos, me reí. Como

castigo, un escalofrío me bajó desde la

coronilla hasta las cejas.

—Merecido tienes el dolor —me mortificó el

cura—. No está la cosa para monerías.

Y me aplicó un cuarto al cráneo, apretando la

moneda con saña, más por penitenciarme que

por allanar el bollo. Después de un par de

tacos y unos quejidos de propina, el padre

Verboso me desveló el prólogo de nuestra

huida. Porque imagino que les ha quedado

claro a sus mercedes que no éramos otra cosa

más que prófugos.

El epílogo de la escaramuza de la librería, que

bien pudo inspirar al Moratín joven para La

derrota de los pedantes, fue el que sigue.

Mientras yo, confiado en nuestra victoria,

echaba cuentas, Agustín de Estopiñán, más

pendiente de su salud que yo de la mía,

alcanzó, disimulando y alargando los dedos, la

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