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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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peste a fiebre, a charcos de orín y al sudor

rancio de los jergones de tanta humanidad

reunida. Ni siquiera se oía el zumbido de las

moscas, ni el chichisveo de las constelaciones

de chinches que allá anidaban.

Mi padre me miró como si adivinara mi

sorpresa. Y yo me turbé aún más, pues pensé

que un brujo se había encarnado en él y que

me hechizaba con la emanación de una

fragancia encantada. Mustafá tampoco me

quitaba el ojo de encima y, a mayores, sonreía

con malicia, mostrándome el hueco de su

diente roto. Fue ahí cuando me desveló don

Antonio lo poco que había errado yo al parear

aquellos granos con las cagadillas caprinas.

—Dicen estos infieles —y señaló con la barbilla

a su fámulo— que fue un pastor de Abisinia el

que descubrió las bondades del café.

—Es lo que tiene el pastoreo, padre, que en

algo hay que entretenerse...

—¿Lo dice por lo mucho que ha pastoreado su

merced? Déjeme seguir, zanguango. Aquel

zagal, que se llamaba Kaldi, se extrañó de lo

poco que descansaban, y de lo mucho que

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