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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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prestos a volverse opacos, pero no a dejar de

admirarla; y su acento mimoso y cantarín

revivía, en la exactitud de todas sus notas, las

voces hipnóticas de las mismas sirenas que

oyó Ulises. «Si de tal modo castiga la vista, el

oído y el olfato, qué no hará con el gusto y el

tacto», se relamía, febril, el padre Ramón

Verboso.

—Hasta el bendito día en que la pude

acariciar, creí, ¡bien lo sabe Dios!, que la piel

de las pardas no era piel, sino pellejo áspero.

¡Qué engañado anduve! No he tocado raso

más terso ni parejo desde que la toqué a ella.

Por si fuera poco, yo sospechaba que, al ser

medio negra, su entrepierna se mostraría

inculta, quedándosele toda humedad atrapada

entre los rizos, como perlas entre corales.

¡Quia! No exagero si digo que, en lugar de

incultos matorrales, me encontré un Aranjuez.

Y es que la Afrodita mestiza tenía el monte de

Venus tan ajardinado, que andaba más cerca

de una glorieta de los Reales Sitios que del

brezal del monte de San Pedro, cantera de

Coruña. Así que el cura, en vez de toparse con

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