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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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cuerpos... —soltó, por lo visto, el cura impío.

Y, con las mismas, me alzó a pulso y me botó

en el estiércol, como si fuera yo un perro

muerto. Morceguiño, que ya iba teñido en

sangre, se echó en la mierda como tira un

barbero por la ventana los restos de una

sangría. El cura le dio al carretero sus últimas

monedas y unas señas en Santa Lucía.

Después enfiló Cordonería arriba, atendiendo a

que las voces bajaban por la Angosta de San

Andrés.

Cuando la tropa llegó a la librería, allí no

quedaba más gente que la que vivía en las

páginas de los libros. Santabárbara mandó

batidores, pero a ninguno se le dio por batir la

mierda del carro, por lo que sus pasajeros

salimos de aquella ilesos. Por su parte, el cura

callejeó hasta un putiferio disimulado y, a

cuenta de antiguos favores, las coimas le

despejaron la cara y lo vistieron de alcahueta,

con basquiña, toquilla y un rosario de cuentas

negras.

Las mejillas recién afeitadas del cura y el

hermoso pandero de matrona que se le quedó

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