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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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acusaron de ser bebida de mahometanos y —

¡Créanme!— recreo de sodomitas. El Cristo y

su madre ascenderían con levedad a los Cielos

—y todos los santos y mártires con ellos—,

pero sus vicarios tenían las alas de plomo.

Menos mal que, a la postre, llegó un tal

cardenal Brancaccio y soltó un latinajo:

Liquidum non frangit jejunum. «Beban

chocolate, ¡qué diantre! Pero no lo mezclen las

buenas católicas con leche, sino con agua».

Eso era, más o menos, lo que el purpúreo

quería decir. Y así quedaron las cosas.

También el café pasó la prueba, porque un

Papa falló que, siendo tan bueno —y tan

rentable, digo yo—, no era cosa de dejarlo en

manos infieles.

Pues bien, el padre Ramón Verboso era, amén

de todo lo demás, un pertinaz chocolatero. Lo

tomaba con agua, azúcar y canela. Según el

mosén, contaminar el cacao con leche y

vainilla no era cosa católica ni viril y, por eso,

«los gabachos lo toman lechoso», sentenciaba.

—¿Habéis dicho café, Yago?, ¿que os gusta el

café? Dadme palabra de que no os lo

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